Escondidos en las estribaciones de la cordillera Cantábrica, para los hispano-romanos y visigodos y nada se diga para sus mujeres, niños y ancianos, los primeros inviernos, tras la invasión musulmana, debieron de ser terribles. En un ambiente hostil, frío, neblinoso, de continuas ventiscas, escasamente armados, su defensa tuvo que reducirse a evitar ser vistos por las prepotentes tropas moras.
Pasados los peores años de semejante desbarajuste, sin duda surgió en las mentes de aquellos desheredados, agrupados en torno al visigodo don Pelayo, los deseos de recuperar la tierra perdida.
Así que la primera reacción contraria al invasor fue espiar, en las cercanías de Covadonga (Asturias) el itinerario de las tropas agarenas que se arriesgaron por semejantes andurriales, elegir el lugar más adecuado y aplastarlas concienzudamente con una avalancha de grandes pedruscos empujados desde las alturas, de manera que arrastraran a las piedras de las paredes del barranco encontradas a su paso, hasta el fondo del desfiladero. El efecto de una táctica tan simple, a juzgar por los insultantes relatos de los códices musulmanes contemporáneos, debió ser catastrófico para la tropa tomada por sorpresa, literalmente planchada .
Este fue un "momento estelar", prácticamente único en nuestra historia, porque los descendientes de aquellos hispano-romanos y visigodos de las piedras, han sido sustituidos por papeletas de papel reciclado en las mentes de nuestros pusilánimes don pelayos de turno y tan solo 16% de la población está dispuesta a contender con los sádicos yijadistas hodiernos.