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sábado, 14 de septiembre de 2013

"La diada" catalana secesionista

Batalla de Gettysburg. Guerra civil norteamericana


Tener ocasión de ver a un caballero sesentón asido de las manos de otros de la misma edad, formando una cadena humana de la que toman parte también niños, adolescentes, y señoras de buenas familias tradicionales, algo fondonas  y de intachable conducta, no es cosa de todos los días.

Y menos aún si los eslabones de la cadena inician con una dinámica algo torpe, la marcha en perpendicular hacia la otra cuneta de la carretera, entre risas, sofocos y alguna tos más o menos espasmódica, volviendo a continuación a la situación inicial, dando pasos hacia atrás más precavidos, si bien con la misma desinhibición que en la ida.

Todos los asistentes a este jolgorio folklórico-político de "la diada" catalana de la secesión, parecían convencidos el día 11,  de apoyar eficazmente, mediante sus saltos, los caballeros y sus mohínes, las damas, a su presidente autonómico que pretende convertirles en súbditos de una nueva potencia europea respetada, en principio por Lituania,  y temida por el resto de España.

Por mi parte siempre había tenido la idea de que una secesión, salvo contadas excepciones, se consigue entre nubes con olor a pólvora, acompañadas por los roncos sonidos guturales de los combatientes empeñados en la lucha.

domingo, 8 de septiembre de 2013

La tragedia nacional del momento

La desilusión

Ayer, cuando el presidente del COI, que recordaba a un empleado de una empresa de pompas fúnebres, leyó los resultados de la primera votación del Comité, en virtud de los cuales quedaba eliminada "ipso facto" la candidatura de Madrid como sede de los JJ.OO. de 2020, un manto espeso de silencio pareció caer sobre la multitud madrileña que se había echado a la calle alegremente y seguía el acto celebrado en Buenos Aires, a través de pantallas gigantes de TV.

Cabizbajos, arrastrando los pies con desgana, algunos y algunas con las lágrimas a punto de fluir abundantes mejillas abajo, sujetando unos  incongruentes globos rojos, dispuestos para ser soltados en masa, una vez anunciada la esperada victoria, se dispersaron desde el entorno de la Puerta de Alcalá y calles adyacentes, dirigiéndose hacia las más próximas estaciones del Metro para llegar cuanto antes a sus casas y cerrarlas de un portazo

Aquello parecía la escena final de la película "Bienvenido Mister Marshall", cuando todas las ilusiones de los vecinos de Guadalix de la Sierra sobre un próximo futuro espléndido, desaparecía literalmente por las alcantarillas.

Unos (la nutrida delegación española de políticos, desplazada para trabajar el asunto en la capital argentina) y otros (el pueblo llano, esperando anhelante, resultados positivos) se habían autoengañado hasta hacer irreconocible el ego nacional, que el COI hizo estallar de mala manera: ¡ploff!

Un redactor de radio puso la guinda de la cuestión al asegurar, poco menos que sollozando, entrada ya  la noche: "Ha sido un sueño acabado en pesadilla". Los hay trágicos.     

jueves, 5 de septiembre de 2013

La sangría y los demás aditamentos

La sangría  del honorable Paisley

En el curso de los años 70 del siglo pasado, el reverendo Paisley, líder de los unionistas del Ulster arengaba a sus partidarios con talante furibundo, y por sus gestos y ademanes parecía comer papistas como dieta única, al tiempo que metafóricamente hundía su puño cerrado en el rostro de sus empecinados oponentes, uno tras otro, aplastándoles la nariz de mala manera.

Ayer mismo, un miembro irlandés del Parlamento británico, de igual nombre que el colérico clérigo, aunque desconocemos si existe parentesco entre ambos, pero con maneras oratorias semejantes al del citado clérigo, dirigiéndose en la cámara baja al ministro de AA. EE. de su Majestad, allí presente, y a propósito de las tiranteces a causa de Gibraltar, le exigió que llamara a su despacho al embajador de España, para conminarle a  tomar de inmediato su sombrero, no el bombín, ni el de copa  de siete reflejos exigible en los funerales de postín, ni el gris de copa utilizado en las carreras de Ascot, ni el borsalino, ni el flexible, sino el de paja y ala ancha de los antiguos segadores de la meseta castellana o de los olivareros altivos de Jaén cantados por el poeta Miguel Hernández. Para que, como Sancho Panza, saliera de la Isla Barataria con su asno, se fuera el embajador de las Islas Británicas, tirando del ronzal de su rocín, sin olvidarse la sangría. 

De cumplirse los propósitos del honorable Paisley, el embajador Sr. Trillo (miembro del Cuerpo Jurídico de la Armada Española) podría encargar a la cocina de la Embajada la preparación urgente de una jarra de sangría, pero en su estado angustioso no atinaría a reunir el resto de las condiciones exigidas por el irascible irlandés unionista, e iniciar con  la supuesta guisa imaginada por éste, su camino hacia Dover.

Si mister Paisley no tiene suficiente con una cañonera, que mande otra, y deje en paz al Sr. Trillo, hombre.