La sangría del honorable Paisley |
En el curso de los años 70 del siglo pasado, el reverendo Paisley, líder de los unionistas del Ulster arengaba a sus partidarios con talante furibundo, y por sus gestos y ademanes parecía comer papistas como dieta única, al tiempo que metafóricamente hundía su puño cerrado en el rostro de sus empecinados oponentes, uno tras otro, aplastándoles la nariz de mala manera.
Ayer mismo, un miembro irlandés del Parlamento británico, de igual nombre que el colérico clérigo, aunque desconocemos si existe parentesco entre ambos, pero con maneras oratorias semejantes al del citado clérigo, dirigiéndose en la cámara baja al ministro de AA. EE. de su Majestad, allí presente, y a propósito de las tiranteces a causa de Gibraltar, le exigió que llamara a su despacho al embajador de España, para conminarle a tomar de inmediato su sombrero, no el bombín, ni el de copa de siete reflejos exigible en los funerales de postín, ni el gris de copa utilizado en las carreras de Ascot, ni el borsalino, ni el flexible, sino el de paja y ala ancha de los antiguos segadores de la meseta castellana o de los olivareros altivos de Jaén cantados por el poeta Miguel Hernández. Para que, como Sancho Panza, saliera de la Isla Barataria con su asno, se fuera el embajador de las Islas Británicas, tirando del ronzal de su rocín, sin olvidarse la sangría.
De cumplirse los propósitos del honorable Paisley, el embajador Sr. Trillo (miembro del Cuerpo Jurídico de la Armada Española) podría encargar a la cocina de la Embajada la preparación urgente de una jarra de sangría, pero en su estado angustioso no atinaría a reunir el resto de las condiciones exigidas por el irascible irlandés unionista, e iniciar con la supuesta guisa imaginada por éste, su camino hacia Dover.
Si mister Paisley no tiene suficiente con una cañonera, que mande otra, y deje en paz al Sr. Trillo, hombre.
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