Estoy leyendo los capítulos finales de
una extensa biografía de Churchill, cuyo autor, Roy Jenkois, le conocía
muy bien por haberle tratado como miembro del Parlamento y Ministro.
El libro es de fácil lectura y he devorado ya cerca de mil páginas en pocos
días.
Poco
antes de acabar la Guerra, cuyos dos primeros años y medio había
sido mantenida en solitario por Gran Bretaña liderada por sir Winston, éste que era también grafomaníaco escribió en 1943
una carta al General Franco encabezada con un "Dear General".
Los servicios informativos españoles del Ministerio correspondiente hicieron
que los periódicos diarios a sus órdenes, que en aquella época eran todos,
dieran la noticia de la recepción de la carta, destacando que el receptor
de la misiva, era apreciado por sir Winston, que le llamaba literalmente
"Mi querido general". Tan solo les faltó encabezar la noticia con un
repetido "¡le quiere"! ¡"Churchill quiere a Su Excelencia!"
para hacer pensar a todos los españoles que el político inglés había olvidado
las muestras de deferencia del General hechas en 1940 a Adolf (el de las cien
divisiones acorazadas) en Hendaya. ¡Uf! ¡Qué alivio!
A sir Winston, como todo buen político, le
gustaba ser el centro de atención de todas las reuniones a las que asistía. Por
esto sufrió mucho cuando no tuvo otro remedio que ceder protagonismo,
en la segunda mitad de la Guerra Mundial, a Roosevelt y a Stalin.
Era un poiromaníaco, tenía la manía de
viajar constantemente, y sus partidarios le adoraban en tanto que él procuraba
mantenerles en estado de adoración perpetua. Estando de visita en la ciudad de
York, cuando aún vivía el estadista, leí en el periódico que en un cine de la
ciudad proyectaban un documental sobre su vida titulado "Their finest hours" ("Sus mejores momentos,
como el segundo tomo de sus memorias)" Así que tomé un taxi y me limité a
dar el nombre del cine al taxista. El hombre se mantuvo toda la carrera
hablándome con un entusiasmo, poco británico, del político porque era un
auténtico fan de sir Winston.
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