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sábado, 2 de agosto de 2014

Sir Winston Churchill

Churchill, niño

Estoy leyendo los capítulos finales de  una extensa biografía de Churchill, cuyo autor, Roy Jenkois, le conocía muy bien por haberle tratado como miembro del Parlamento y Ministro. El libro es de fácil lectura y he devorado ya cerca de mil páginas en pocos días.

A sir Winston, como todo buen político, le gustaba ser el centro de atención de todas las reuniones a las que asistía. Por esto sufrió mucho cuando no tuvo otro remedio que ceder protagonismo, en la segunda mitad de la  Guerra Mundial, a Roosevelt y a Stalin.

Era un poiromaníaco, tenía la manía de viajar constantemente, y sus partidarios le adoraban en tanto que él procuraba mantenerles en estado de adoración perpetua. Estando de visita en la ciudad de York, cuando aún vivía el estadista, leí en el periódico que en un cine de la ciudad proyectaban un documental sobre su vida titulado "Their  finest hours" ("Sus mejores momentos, como el segundo tomo de sus memorias)" Así que tomé un taxi y me limité a dar el nombre del cine al taxista. El hombre se mantuvo toda la carrera hablándome con un entusiasmo, poco británico, del político porque era un auténtico fan de sir Winston.

Poco antes de acabar la  Guerra, cuyos dos primeros años  y medio había sido mantenida en solitario por Gran Bretaña liderada por sir Winston, éste  que era también grafomaníaco escribió en 1943 una carta al General Franco encabezada con un "Dear General". Los servicios informativos españoles del Ministerio correspondiente hicieron que los periódicos diarios a sus órdenes, que en aquella época eran todos,  dieran la noticia de la recepción de la carta, destacando que el receptor de la misiva, era apreciado por sir Winston, que le llamaba literalmente "Mi querido general". Tan solo les faltó encabezar la noticia con un repetido "¡le quiere"! ¡"Churchill quiere a Su Excelencia!" para hacer pensar a todos los españoles que el político inglés había olvidado las muestras de deferencia del General hechas en 1940 a Adolf (el de las cien divisiones acorazadas) en Hendaya. ¡Uf! ¡Qué alivio!

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