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martes, 6 de septiembre de 2011

La vida es sueño

Repasando nuestras catástrofes históricas de los últimos ciento cincuenta años, encuentro tan sólo un suceso semejante al de la masacre de los trenes de cercanías en la estación de Atocha. Este suceso fué el hundimiento del acorazado "Maine", anclado en la bahía de La Habana, en 1898, llegado hasta allí en viaje de "buena voluntad".

 Pese al talante contemporizador del gobierno español, EE.UU. quería contar con un buen "casus belli" para intervenir en la guerra hispano-cubana, y algún cerebro privilegiado de Washington tuvo la ocurrencia de volar un acorazado de la propia Navy con toda su tripulación, para declarar "legalmente" las hostilidades al agonizante Imperio Español y obtener un sabroso rendimiento político. Setenta años después se supo que la explosión del "Maine" tuvo lugar en el interior del buque.

Cuando el desquiciado gobierno beneficiario de las explosiones de los trenes en 2004, se dispone a ceder el poder, es el momento de resolver el asunto, para que no transcurran otros setenta años sin conocerse las intrigas del complot de los trenes, y tantas vergonzosas connivencias judiciales.

En 2004, no todo se limitó a la catástrofe ferroviaria, ya que su "prolongación natural" fueron las conversaciones subrepticias mantenidas por el gobierno de Zp con los terroristas más o menos encapuchados, que concluyeron con la entrega del poder político en una zona del Pais Vasco, a la rama civil de aquellos, caracterizada porque sus miembros no llevan capucha sino chapela.

Una vez que los ciudadanos sepamos quién ideó y realizó el atentado, y facilitó los explosivos, conoceremos la razón del empeño de Zp por el  "proceso de paz" que le ayudaría a perpetuarse en el poder años y años, cediendo siempre a las exigencias de los separatistas, como si pudieran tener fin algún día, en tanto  añadía a su panoplia de éxitos  el Diploma del deseado Premio Nobel de la Paz, sus hijas crecerían felices en el Palacio de la Moncloa, él mismo podría ser  loado y agasajado en las cancillerías europeas y en el ínterim hasta podría cambiar de sastre para llevar trajes bien cortados. En el fondo, todo ello no han sido más que vanas ilusiones y sueños calderonianos. El pueblo español no se merece tanta chapuza.

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