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domingo, 26 de febrero de 2012

Papá, que me caso


La Isla de los Faisanes, en el río Bidasoa, frontera entre España y Francia,  donde se acordó el matrimonio de Luis XIV con María Teresa de Austria, infanta de España


Desde la Edad Media y casi hasta nuestros días, parte de los trabajos desarrollados por los diplomáticos europeos se centraban en la concertación de bodas de príncipes de las casas reinantes, con princesas igualmente reales, y viceversa, acariciando siempre la esperanza de establecer las correspondientes alianzas dinásticas.

Pero tales prácticas casamenteras tuvieron, a veces resultados muy dudosos, porque los descendientes de estos matrimonios principescos concertados quisieron hacer valer sus derechos dinásticos, llegada la ocasión, sobre las tierras de sus ancestros, como ocurrió a Francia, que debió aguantar en sus tierras durante siglos la presencia militar inglesa, o a Holanda, que soportó de muy mala manera a nuestras tropas, en aquella maravilla de País, nada menos que ochenta años, hasta echarnos de allí, sin querer oír ni la menor alusión  a los derechos dinásticos de doña Juana la Loca, los ingratos.

Para España, los enlaces de Infantas o Princesas españolas con príncipes de la Casa reinante francesa, dieron lugar, indirectamente a una de nuestras innumerables guerras civiles, la de Sucesión, saldada con la implantación de la dinastía borbónica a comienzos del siglo XVIII.

Una vez desaparecida, por inútil, la diplomacia "rosa", la costumbre más ó menos mitigada de elegir la pareja más conveniente para príncipes y princesas, siguió en uso, hasta que finalmente los jóvenes príncipes y las jovencitas princesas, hicieron de su capa un sayo y se casaron con quienes les dió la gana. Ahora bien, una cosa es casarse con un plebeyo o una plebeya, sin títulos de nobleza, y otra distinta casarse con innobles, pues pese a todo, aún hay clases, caramba.


1 comentario:

  1. Hola papá: gracias por el blog. Muy gracioso....Muchos besos. Beatriz

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