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viernes, 24 de febrero de 2012

La trastienda de la revolución valenciana

Palacio de las Cortes Valencianas. Valencia

Desde 1917, cuando la moribunda Rusia zarista daba sus últimas boqueadas, la estética revolucionaria apenas ha evolucionado, en mi opinión. Los líderes de masas ensayan sus gestos, a ser posible con la silueta recortada en un cielo sin nubes, a la espera de algún fotógrafo genial que les inmortalice, como sucedió al argentino Ché Guevara.

Éste es el caso también de un tal Alberto, joven estudiante de Formación Profesional que estos días lleva de un lado a otro, por las calles y plazas de Valencia a grupos de estudiantes de Bachillerato, incluyendo a otros seres especializados en temas de la guerrilla urbana y a numerosas aprendizas de arpía que increpan muy propiamente a los policías antidisturbios. 

Alberto encaramado en un pretil elegido de antemano,  maneja  con la mano izquierda un megáfono para impartir órdenes y extiende el brazo derecho cuando asevera que llevará la lucha  a sangre y fuego sin descanso, a las calles de la Capital del Turia. Después recomienda a las huestes que vuelvan mañana a la misma hora y al mismo lugar para renovar las protestas por la calefacción ausente, por los recortes presupuestarios gubernamentales o por la brutalidad policial, según se tercie.

Él tiene una cita con diputados socialistas de las Cortes Valencianas (un tal Alarte que ha consultado previamente a Madrid, y algún otro), quienes le saludan calurosamente, le palmean en la espalda y le llevan en volandas al Salón de Plenos de las Cortes donde es aclamado por toda la izquierda, comunistas, socialistas y diputados del partido Compromiso  (o Compromís en valenciano) con una salva de aplausos de cinco minutos de duración.

Por las mentes de todos estos diputados pasan en rápida sucesión imágenes de la Asamblea General parisina, del Comité de Salvación Pública, de la Convención, de la guillotina con su capazo y de las carretas rebosando aristócratas guardados por los sans culotte. Entretanto los girondinos, es decir, la mayoría de derechas de las Cortes, pasmados, miran al insurrecto tiesos como momias, y no se lo pueden creer.

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