Universidad de Salamanca
La trayectoria de la Ciencia en España puede definirse con una sola palabra: triste. El caso es que no empezamos mal. La primera Universidad de nuestro País, la de Palencia, fue fundada en 1208, cuatro años antes de la batalla de las Navas de Tolosa que originó el declive imparable de la hegemonía político-militar musulmana. Los estudios palentinos fueron trasladados algunos años después a Salamanca. Por aquella época en Europa existían tres Universidades: la de Cambridge (1209) en Inglaterra y dos en Italia, Bolonia (1200) y Vizenza (1204). Al comenzar el siglo XVI presentábamos una densidad de Universidades semejante a la media europea occidental, teníamos quince , pero avanzado el siglo, el rey Felipe II no pudo soportar ciertos rumores que le inquietaron sobremanera y prohibió a todos sus súbditos, mediante el pergamino sellado correspondiente, impartir enseñanzas en Universidades extranjeras (el rey hizo excepción de la boloñesa) y recibirlas, así que todo el mundo a casa.Y esta medida real fue la más apropiada para secar iniciativas y abandonar todo tipo de problemas científicos, de forma que, desde entonces, nadie se atrevió en España, ni acercarse a las fronteras del conocimiento.
Transcurridos casi tres siglos, al término del XVIII, hubo un rebrote de la curiosidad científica acorde con los tiempos, por las Ciencias Naturales, e incluso algún noble con posibles se suscribió a la Encyclopèdie Française, que leía a escondidas en alguna de sus fincas.
A principios del XX, algunos espíritus parecieron despertar al fin, y ningún pueblo del País de alguna importancia, omitió el trámite de dedicar una calle al Premio Nobel de Medicina (1906) don Santiago Ramón y Cajal, padre de la Neurología moderna. Cajal había trabajado en solitario, luchando contra la indiferencia e incluso la hostilidad de ciertos compañeros de cátedra. Una vez distinguido por la Academia sueca, pudo arrancar de los poderes públicos la financiación para crear un Instituto de Neurociencias, el primero de su especie en el País, y el apoyo político necesario para la creación y puesta en marcha de una "Junta de Ampliación de Estudios" que permitió a muchos estudiantes dotados con generosas becas, hacer el camino a la inversa del exigido a sus pobres víctimas por el Rey don Felipe.
La guerra civil acabó con este brote verde científico, y durante los años cuarenta y cincuenta se inició una vez más la penosa marcha cuesta arriba. Hacia los años ochenta se recogieron ya algunos frutos, obtenidos por los sacrificados investigadores del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas, heredero de la Junta citada.) en forma de un aumento apreciable, a escala nacional, de la producción científica (trabajos científicos publicados en el extranjero) y de patentes de invención registradas.
En adelante, todo fue un estira y afloja de los científicos con el omnipresente politiqueo hasta hoy: el nuevo Gobierno ha suprimido el Ministerio de Ciencia y ha recortado el presupuesto recibido por las Instituciones científicas en 600 mill. de euros. No tenemos remedio.
Hola papá: ¡gracias por acordarte de la Ciencia!
ResponderEliminarMe ha encantado el enfoque histórico del apoyo institucional que has hecho. Un besazo y hasta pronto. Beatriz