Al glosar hace algunos días la poesía de Martín Abril de Valladolid, recordé a mi amigo José González Lara, fallecido hace algo más de un año, muy pasados ya los ochenta, también poeta, escritor de varios libros de prosa poética y, en sus ratos libres, alcalde de la villa manchega Campo de Criptana, provincia de Ciudad Real.
José tenía una voz muy bien timbrada de barítono. En contadas ocasiones y entre amigos, se permitía cantar algunas romanzas de zarzuela como "Los de Aragón, no saben qué es llorar..." o aquella otra de "La del manojo de rosas": "Madrileña bonita, flor de verbena...", haciendo feliz a la concurrencia.
De estatura normal, José destacaba físicamente por su cabeza, semejante a la de un patricio romano, y por su perfil consular. Creo habérselo dicho en alguna ocasión, y no le pareció mal la comparación.
En su despacho del Ayuntamiento le ví cierto día colocar una cuartilla en blanco sobre la mesa, para cumplir supongo ahora, algún compromiso literario de los muchos que tenía siempre: colaboraciones en juegos florales, en justas literarias, lecturas poéticas y cosas semejantes. Puso su mano, con el bolígrafo dispuesto sobre el papel, acarició su mentón, miró al techo y tras un momento de meditación dijo en voz alta: "volverán las oscuras golondrinas..." acompañando la frase con unas de sus carcajadas homéricas. Pero era un buen poeta.
En cambio nunca le ví muy afanoso por resolver los problemas administrativos de la Villa bajo su mando, si es que se planteaba alguno. De hecho tenía uno de los cajones de la mesa repleto de cartas abiertas o cerradas, que se hallaban, según él, "en proceso de maceración", pues transcurridos dos ó tres meses, cualquier asunto perdía su importancia y las cartas terminaban su periplo natural en la papelera.
Para José, aquella Mancha interminable, sin un árbol a la vista en muchos kilómetros a la redonda, poblada por cardenchas en flor y viñas ocupando incansables una loma tras otra, mientras oía con la imaginación los ruidos ocasionados por la hojalata que don Quijote se había puesto encima, en tanto Rocinante marchaba con su trote cansino, le inspiraron toda su obra, a la que dedicó su vida. Así que fué un hombre feliz.
Isabel, bonita estancia en México lindo.
Papá, ¡tú has conseguido una prosa posética preciosa! Muchas gracias. Beatriz
ResponderEliminarPD Esta mañana he acercado a Isabel al aeropuerto, estaba emocionadísima. Yo también lo estaría en su caso. Muchos besos a todos.
He tenido el mejor recibimiento del mundo y estoy feliz. Espero mandar la crónica diaria
ResponderEliminarBesos
precioso!!
ResponderEliminarcomo alcalde era más del "laisser faire", no?
Isabel ya ha comprobado que no exageraba con lo del tráfico!!!! jajajaj
mañana más