"El Guerrero del Antifaz" de mi adolescencia, seguido por tres ó cuatro incondicionales, derrotaba incansablemente a los moros invasores, empujándoles en dirección Sureste de España, en unos cuadernillos de dibujos un tanto mediocres salidos a la luz con una frecuencia semanal.
De la misma época y en igual formato, recuerdo los dibujos del llamado simplemente "El Hombre Enmascarado" (de origen norteamericano) distinguido de los demás enmascarados por llevar siempre a su lado un mastín, ocupados ambos en dirimir sus diferencias, también semanalmente, con tribus africanas de feroces guerreros.
Otro enmascarado famoso entre nosotros, de origen nacional, era "El Zorro", cuyas aventuras, descritas en novelas breves, transcurrían en la California de comienzos del siglo XIX. "El Zorro" se hacía notar por su zig-zag grabado a punta de espadín, en la piel de los canallas de turno.
Durante los últimos años han reverdecido la estética de estos enmascarados, unos sujetos reales, desprovistos de buenas intenciones, etarras ellos, cubiertos sus rostros como los fantasmas de los castillos ingleses, con trozos de sábanas, convenientemente perforados, que parecen unos cuates de la promoción del General Zumalacárregui, salidos de la tumba.
No sé si me asombra más la desfachatez de estos sujetos en sus comparecencias televisivas, pretendiendo imponer a todo un País, sus demenciales puntos de vista, escudados en un terrorismo, al fin y al cabo casero(comparado con el musulmán) ó la debilidad de nuestros gobernantes progresistas, que parecen exclusivamente dedicados a ir de unos juegos florales a otros ó de unas justas poéticas a otras, en lugar de dedicarse a trincar a los de la capucha y ponerlos a buen recaudo.
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