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lunes, 14 de noviembre de 2011

Señor Rubalcaba


El candidato gubernamental a las elecciones del próximo domingo, cuando inició su interminable campaña electoral, animó a sus partidarios, preso de un incontenible efluvio igualitario, a  llamarle Alfredo. Más tarde lo pensó mejor, y advirtió sin acritud a un periodista, en  una rueda de prensa, que se dirigiera a él haciendo preceder  su apellido de "un señor, si no le importa". Esto revela la presencia de un equipo de asesores del Señor Rubalcaba, poco conjuntado. Porque, en efecto, unos le instan para que mejore su "look", en tanto otros creen más aconsejable que lo conserve tal cual.

Y eso hace el hombre. Se presenta en los mítines antes sus incondicionales frotándose las manos, con la cabeza un poco ladeada, con su falsa sonrisa de dientes separados ribeteados de negro, la barba rala y su característica mirada de soslayo, semejante a la de un labrador cántabro que llevara a vender sus vacas a la feria de Reinosa y observara el ganado de la competencia sin llamar la atención.

Su atractivo es escaso, esta es la verdad. Ni siquiera las señoras de una cierta edad y estatus socioeconómico por debajo de la media, siempre tan dispuestas, rivalizan para besuquearlo, como lo hacían aquellas jóvenes desvergonzadas al hoy fondón Felipe Gonzalez, hace treinta años.

El señor Rubalcaba, el más listo de su partido, según dicen, asegura que los votantes indecisos (30% del electorado) son suyos, y sumados al 25% dispuestos a votar cualquier cosa que se mueva y asegure ser progresista como lo fué el abuelo, le darán la victoria. Pero el taimado prescinde de un dato: los cinco millones de parados, también suyos y de su señorito,  capaces de distorsionar los modelos habituales de distribución de los votos. 

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