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jueves, 12 de julio de 2012

Los pícaros dineros


La Reina de España, María Luisa de Orleans esposa de Carlos II el Hechizado, cierta tarde quiso pagar a un comerciante unas puntillas holandesas, y todo lo que encontraron sus criados en los desvanes del cochambroso Palacio Real de la época  fue un pequeño saco de monedas de cobre mohosas. No sé si el comerciante se marchó con viento fresco a otra parte, llevándose sus encajes, o los dejó en Palacio  esperando cobrarlos en mejor ocasión, 

Lo que quiero hacer destacar con esta anécdota contada por Torrente Ballester, es la poca importancia concedida  en España en algunas ocasiones, por los poderes públicos, a las cuestiones administrativas. Basta acordarse a este propósito, de las despectivas cuentas rendidas al Rey Fernando por su General Gonzalo de Córdoba, con sus picos y sus palas, tras sus victorias en Italia.

Los conquistadores españoles, grandes y pequeños, capaces de suscitar tan calurosas oleadas de simpatía en Europa y América, enviaban puntualmente cada año a los Reyes Carlos I y a sus herederos los Felipes, II, III, y IV, el quinto real  de los botines allegados que pasaban directamente, en parte, desde los navíos españoles a los corsarios ingleses, y lo que quedaba, a las arcas de los banqueros holandeses, para pagar los adelantos hechos por éstos y abonar los intereses.

Así como el Rey de Francia  Luis Felipe animó a sus súbditos burgueses, a mediados del siglo XIX, diciéndoles "¡enriqueceos!", el ex-Presidente del Gobierno español, de inolvidable memoria,  alentaba a sus correligionarios Presidentes de las Autonomías, señalandoles el futuro con el índice al tiempo que les  decía ¡"endeudaros"! y los correligionarios se endeudaron con tanta diligencia, que rivalizaron entre ellos por ser el primero en el "ranking" entre todos los demás, puesto alcanzado por el Presidente de Castilla La Mancha, como tan bien saben los actuales paisanos de don Quijote y Sancho.

Y ahora, al igual que los vecinos del pueblo en "Bienvenido Mr Marshall", los que quedamos en este valle de lágrimas debemos aportar nuestro óbolo al procomún, que es recogido por el Sr. Montoro y puntualmente anotado por el Sr. Rajoy en su libro de cuentas para mostrarlo en Bruselas y merecer los parabienes de rigor.     

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