Cesare Lombroso |
Cuando los avances de la Bioquímica ampliaron de forma espectacular las fronteras del conocimiento en muchos aspectos, desaparecieron "ipso facto" científicos como el especialista italiano en Medicina legal, profesor de la Universidad de Turín, Cesare Lombroso, autor de una teoría muy completa de la criminología, de base puramente empírica.
El aspecto físico de los criminales de acuerdo con las apreciaciones del dottore Lombroso, era francamente desagradable y, en numerosas ocasiones parecían criaturas directamente transportadas desde la Edad de piedra más primitiva, a las postrimerías del siglo XIX.
Los arcos superciliares abultados que ocultaban unos ojos hundidos de mirada huidiza, el mentón apenas perceptible, el cráneo con bultos y depresiones y notables asimetrías, en fin, unas imágenes que han sido prolongadas en el imaginario popular, a lo largo del siglo XX, por las novelas anglosajonas de terror, y las películas "de miedo".
El doctor Lombroso debió de ser el ídolo científico de la burguesía del norte de Italia, entre otras cosas porque la teoría lombrosiana incluía como origen de la criminalidad, el factor climatológico. Es decir, las temperaturas elevadas constituirían una circunstancia favorable para el desarrollo de la delincuencia, lo cual señalaba directamente al mezzogiorno (Sur) italiano, estereotipo del País que, como tantos otros de cualquier lugar, se resiste a desaparecer.
Pero el doctor Lombroso hubiera tenido que revisar toda su doctrina de vivir en la España de estos convulsos días de penuria económica. Nuestros delincuentes actuales nada tienen en común con la tipología lombrosiana. Son magistrados de semblante apacible, jóvenes deportistas de familias acomodadas, graves señores que han desempeñado puestos señalados en la industria y el comercio, altos funcionarios de los Gobiernos autonómicos, y una dama, no mal parecida, Presidenta de una comunidad autónoma insular, que tuvo ocasión de distraer unos cuantos millones de euros, y lo hizo.
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