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martes, 19 de junio de 2012

Pereza mental



El presidente republicano Eisenhower de EE.UU vencedor del Eje en Europa,  hizo una visita al General Franco, en 1959, y al despedirse en Barajas ambos generales, se dieron un afectuoso abrazo en presencia del sagaz general norteamericano Walters, consejero del Presidente para asuntos españoles y del Ministro  Castiella de AA.EE. Los rostros de los cuatro personajes rebosan afecto y felicidad, como se comprueba observado la fotografía correspondiente.

Algunos habían aconsejado al Presidente "Ike"que no incluyera España en su periplo de visitas a distintas naciones occidentales para "no dar su espaldarazo al Régimen franquista". Pero "Ike" no les hizo caso y quiso agradecer a su manera la cesión de bases militares por Franco. Desde entonces las cosas fueron mucho mejor para España en el plano internacional.

John F. Kennedy, del partido demócrata, político liberal y progresista, ocupó a continuación la presidencia de los EE.UU, y al contrario que el general Eisenhower, pensando en Franco, debía experimentar estremecimientos de horror.

En mi opinión, Kennedy pertenecía a una generación muy trabajada por la sutil propaganda izquierdista, con  los elementos de la Brigada Abraham Lincoln al fondo, que nunca afectó a Eisenhower.

Esta propaganda consistía en los estereotipos habituales como todos, de fácil asimilación, según los cuales Franco alcanzó el poder apoyado en la unión de unos obispos trabucaires, unidos a unos militarotes expertos en guerras coloniales del siglo XIX (perdidas) y a unos señoritos propietarios fascistas medio negreros. Tal perversa conjunción de fuerzas cargó contra una limpia e inocente República democráticamente elegida. Todo lo cual  explica "per se"  que no sea necesario ningún análisis porterior.

Algunos españoles que sienten como suyo el pensamiento de izquierdas, con su característica pereza mental  siguen repitiendo todas estas frases tópicas como si fueran dogmas protectores de su integridad izquierdista, capaz de inmunizarles contra la enfermedad infecto-contagiosa de la corrupción, de tal manera que ésta debe ser considerada en sus justos términos y, por supuesto, teniendo siempre en cuenta el contexto, sin olvidar el famoso chocolate del loro.     

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