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martes, 5 de junio de 2012

¡Oh tempora, oh mores!


Corona tumular de los Reyes de España (Palacio Real de Oriente, Madrid) fue realizada por orden del rey Carlos III, para figurar en las exequias de los monarcas españoles o en las aperturas ceremoniosas de las Cortes, como el día de la proclamación del rey Juan-Carlos I, en noviembre de 1975.


Era de suponer que en torno al Rey existieran expertos en el protocolo real, más o menos modificado en consonancia con los tiempos, y edecanes dedicados a vigilar discretamente con el rabillo del ojo las inmediaciones del monarca, con vistas a conseguir unos actos públicos, fuera o dentro del Palacio, sin estridencias, cuando intervinieran los Reyes, Príncipes o personas de la Familia Real.

No obstante parece oportuno preguntar ¿qué sucede en estos tiempos tan atribulados como los presentes, con tanto tropezón y tantas situaciones antes inimaginables? ¿hemos perdido el oremus?

Francamente, resulta muy molesto para muchos españoles ver, por ejemplo, cómo un impresentable sátrapa caribeño coloca su manaza sobre el hombro real para hacerse una foto, y pavonearse después enseñándola a su tribu del Orinoco, o bien aguantar a un labriego manchego, con su pelo de la dehesa al completo, sin corbata, entrado en el palacio de la Zarzuela, como quien entra en una asamblea de la Cooperativa viti-vinícola  del pueblo,  para alardear de convicciones republicanas, sin que nadie le haya preguntado nada.

Debería ser preceptivo que a esta clase de sujetos les facilitaran un libro de instrucciones, encareciendo su lectura  antes de cruzar el umbral del Palacio.

Parecía que después de tantos incidentes las cosas no empeorarían. Pues nos equivocamos. En algunas películas hemos visto cómo, por exigencias del guión, resulta absolutamente necesario impedir la marcha de un personaje que mide el suelo tras la oportuna zancadilla aplicada por otro personaje. Pues bien, esto es lo que alguien debería haber hecho ayer al Director y dueño del Banco Santander, surgido ante S.M. de no se sabe donde, y disfrazado precisamente de Banco Santander, con niki, bermudas y zapatillas deportivas rojos. Para acabar de arreglarlo el señor Botín se cuadró a dos pasos del Rey y le hizo una reverencia ridícula con las canillas al aire. Pensar que los palaciegos en tiempos de Felipe II temblaban en presencia de Su Augusta Majestad.  ¡oh tempora, oh mores!   .

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