Los usuarios de los servicios de la RENFE (Red Nacional de los Ferrocarriles Españoles) durante los años cuarenta, sabían lo que les esperaba, es decir, los retrasos de tres o cuatro horas en viajes de 400 o más Km, si las cosas iban bien. Los viajeros llegaban a sus destinos aspeados, con escasas fuerzas para cargar con los equipajes, como debían llegar los viajeros de las diligencias, cien años atrás.
El cansino tram-tram de los convoyes, una vez alcanzada la velocidad de crucero, se convertía en un arrastre agónico de los vagones por parte de dos locomotores, cuando la vía pasaba del terreno llano, a iniciar las pendientes, cada vez más acusadas de los puertos de montaña
En alguna ocasión fui testigo de los saltos desde el tren, que reptaba ascendiendo el puerto de Orduña, a la vía, de los arriscados mozos de la época conocedores de los trayectos, para seguir la marcha del convoy a buen paso, por hacer la gracia y quedar bien a los ojos de los viajeros en general y de las mozas en particular que solían hacer muchos dengues y aspavientos.
Todo el mundo conocía entonces que aquellas marchas "a cámara lenta" se debían al carbón de escasas calorías quemado por las máquinas. Aquellos tiempos fueron testigos del desarrollo de la resignación como virtud. Nadie se quejaba, ni trataba de hallar culpables en parte alguna.
Poco a poco mejoraron las cosas de manera que disminuyó el empleo del carbón nacional y aumentó el de exportación (de Polonia y Sudáfrica, según creo) más barato, en tanto nuestra minería era más y más subvencionada. Con los años , las calefacciones de las viviendas en ciudades y pueblos, adoptaron otros combustibles más apropiados, pero las autoridades responsables, los sindicatos mineros, y las empresas implicadas, prefirieron no enterarse de los cambios producidos en su mercado, mientras ascendían la subvenciones estatales a la industria minera y se procedía a mimar a la fuerza laboral correspondiente, concediendo retiros más tempranos y jubilaciones tres o cuatro veces superiores a las habituales.
Cuando las normativas europeas exigen ahora a los Estados miembros y entre ellos a España la suspensión de las subvenciones, como lo han hecho otros países más listos, Inglaterra por ejemplo hace treinta años, la Guardia Civil debe responder a la creciente agresividad de unos mineros, por cierto, muchos jóvenes, diestros en las tácticas guerrilleras, que se sienten respaldados en su escalada de violencias, por las oposiciones política y sindical, mostrando una querencia y añoranza evidentes por las barricadas de los abuelos y tatarabuelos.
Respecto a la tardanza de los trenes, no hay que remontarse tanto: yo he ido a la estación muchas veces en los ochenta a esperar a Carmina con un buen libro.
ResponderEliminarLos mineros me parecen un poco "caras". Y creo que sus mayores se avergonzarían al verles ahora. Está claro que es una industria que no se puede mantener, obsoleta y de mala calidad. ¿Qué quieren? ¿La jubilación a los cuarenta con más de 2.000 €? ¿y qué hacen esos mineros tan jóvenes, no se supone que según se fueran jubilando se iban cerrando las minas?