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martes, 12 de junio de 2012

Galería de traidores


Es de suponer que la tasa de traidores presentes en nuestra Historia, sea muy semejante a la de las Historias de los países del resto del Mundo, si bien en estos calamitosos tiempos, la tasa hispánica parece haberse elevado muy por encima de lo normal.

Nuestros traidores por antonomasia, habían sido hasta ahora, el Conde Don Julián y Bellido Dolfos, como sabemos desde la época de nuestra infancia. El primero, gobernador de Ceuta al iniciarse el siglo VII envió con un nutrido séquito, a su hija Florinda a Toledo, para educarse y, de paso, encontrar marido entre la nobleza visigótica de la ciudad. El Rey don Rodrigo, literalmente un monarca sarnoso, se puso en manos de Florinda para la curación del mal que le aquejaba, mediante una aguja de oro utilizada por la hija del Conde con gran destreza.

Las narraciones habituales quedaban aquí un poco en el aire, reanudándose con un mensaje enviado por Florinda a su padre, la presencia de éste en Toledo, la indiferencia del Rey, la marcha del padre y de la hija a Ceuta, y la cólera sorda del Conde, cuya idea fija era destruir al Rey y hundir la Monarquía visigótica. Para llevar a cabo sus propósitos don Julián entabló conversaciones con un Visir de la inmediaciones de Ceuta, llamado Musa Ibn Nusair (conocido por todos los españoles como el Moro Muza) con vistas a la invasión musulmana de nuestro País, financiada por el califato de Bagdad. 

Tengo para mí que la historia del Conde don Julián tiene muchos ingredientes añadidos, pertenecientes al periodo romántico del siglo XIX, si no es toda ella apócrifa. Porque Ceuta era entonces el último enclave del Imperio Romano de Oriente y su Gobernador debía obedecer a Bizancio. Por tanto el Conde no estaba obligado a guardar fidelidad a don Rodrigo, último de los reyes visigodos, culpables precisamente del hundimiento del Imperio Romano Occidental, en Hispania, al menos. Así que no se entiende muy bien el marchamo de traidor impuesto al pobre Conde. Sin embargo el juicio de la Historia ha sido inapelable.

Una traición más clara fue la de Bellido Dolfos, perteneciente a la nobleza leonesa, perpetrada en el año 1072. Este sujeto vivía en Zamora con su amante doña Urraca, dueña  por herencia de la ciudad, a la sazón sitiada por el Rey Sancho II, hermano de Urraca, deseoso de unificar el reino. Para salvar la precaria situación de la ciudad, Bellido fingió cambiar de campo con el propósito de atentar contra el Rey Sancho. Consiguió sus fines y huyó a uña de caballo del campamento real, seguido a corta distancia por don Rodrigo de Vivar, futuro Cid Campeador, a quien dió vida el pasado siglo en una película, el actor Charlton Heston. Bellido alcanzó un portillo de las murallas zamoranas (conservado en la actualidad como se conserva el balcón de la casa Julieta en Verona) y Rodrigo debió limitarse a lanzar con rabia, en dirección al traidor esfumado, un venablo que arrancó  chispas en las piedras de la muralla, antes de que el caballero burgalés volviera cabizbajo al campamento donde yacía el Rey Sancho.

Estas son las  historias de los dos ejemplos de  traidores, vigentes  hasta el momento,  ambas no exentas de una cierta grandeza. Pero a ellas deben añadirse los de la época contemporánea, carentes de nobleza, unas  cobardes y viles criaturas, como las definiría don Quijote. De momento debemos añadir  en  la lista  a los que dicen llamarse Joaquín Almunia (Comisario de la Competencia en Bruselas) y Alfredo Pérez Rubalcaba (Jefe de la oposición) dedicados estos días a socavar la confianza inicialmente originada en los mercados por la concesión de un crédito europeo, destinados a sanear el sector financiero español. Será mala gente.  
   

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