Sintiéndose un sí es, no es, estafados o, al menos postergados, muchos reclaman del Presidente Rajoy que ilustre a los contribuyentes de inmediato, sobre las medidas económicas adoptadas por el Gobierno en un futuro próximo o a plazo medio y, en fin, sobre la opinión que le merece nuestra tristísima tesitura del momento y, sobre todo, si seremos intervenidos por el monstruo europeo que nos agobia, exigiéndonos el pago de nuestra deuda. Muchos aprensivos temen verse obligados a formar parte de filas interminables de ciudadanos camino de no se sabe dónde, como los judíos esclavizados iban, los pobres, hacia Babilonia, sin muchas esperanzas de mejorar su suerte en unas cuantas generaciones.
En definitiva, acusan al Presidente de no saber comunicar, lo cual, en mi opinión es discutible.Otros dicen que no quiere comunicar, como ayer mismo, una vez concluida la sesión en el Senado, cuando se deslizó subrepticiamente por la escalera del aparcamiento, y dió una especie de larga cambiada a los periodistas que le esperaban en la puerta principal del edificio y se quedaron mirándose unos a otros con sus micrófonos desmayados en las manos.
En mi opinión, no han entendido al señor Rajoy, autor de una modalidad de comunicación con la ciudadanía cuya virtud principal es la brevedad cuasi instantánea. Por ejemplo, nadie se acuerda ya del momento en que anunció los nombres de los Ministros de su Gabinete, cuando sacó de un bolsillo de su chaleco un papel doblado dos veces, de unos cuarenta centímetros cuadrados de superficie una vez extendido, semejante a los facilitados por las cajeras de los supermercados, para acreditar al cliente, digamos la compra de un tubo pequeño de pegamento "sindetikón".
Leídos los nombres de los afortunados próceres, el señor Rajoy dobló de nuevo el papel y lo puso a buen recaudo en su chaleco. Estas operaciones duraron menos que el tiempo empleado por un campeón olímpico para recorrer los cien metros lisos.Tal concisión espartana gusta a muchos, entre ellos a mí, porque no dan lugar a ninguna tergiversación, pese a que puede ser la ruina de los tertulianos de radio y TV carentes de argumentos para quitarse la palabra y apabullarse entre sí. La cuestión es que no conocen al señor Rajoy, quien se mostró como era desde el principio, sin trampa ni cartón. ¿A qué viene ahora llamarse a engaño?
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