Desde el inicio de la reanudada vida parlamentaria, los derrotados socialistas han ocupado sus escaños con aire mohino, sin intercambiar saludos sonrientes como antaño. Ahora se dejan caer en sus asientos, sombríos y cabizbajos.
Aquellas actitudes exultantes de las pasadas legislaturas, cuando premiaban con una salva de fervientes aplausos el más ligero carraspeo de su líder, para que figurara en las actas del Congreso, han pasado a la Historia.
La pérdida, de la noche a la mañana, de sesenta o setenta escaños, no ha sido metabolizada ni en una mínima parte, como cualquier observador medianamente atento lo puede certificar.
El mismo Rubalcaba, Jefe de las filas socialistas, apenas dice una palabra, sesión tras sesión. Se limita a seguir borroso, las intervenciones de su número dos, doña Soraya Rodríguez de Valladolid, quien no brilla con luz propia, pues lo que dice son las lucubraciones de su Jefe, pergeñadas la noche anterior, carentes de "pegada", como débiles respuestas a los discursos de la mayoría.
Con estos últimos, el Gobierno intenta justificar sus feroces recortes presupuestarios como contrapunto a las orgías de gastos en los que tan alegremente se sumergieron los socialistas, tanto desde el Gobierno central como de los autonómicos, afanados en levantar construcciones faraónicas, hoy pasto de las malas hierbas y de los vientos racheados portadores del polvo de nuestros páramos patrios.
Y este es una parte de la "herencia recibida", cuya simple mención molesta a doña Soraya Rodriguez, de Valladolid. La comparación de ésta, con su tocaya y paisana la Soraya del Gobierno, no tiene color, digan lo que digan las feministas. Si no hay más que verlas.
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