Como un peculiar signo distintivo, cuelgan en algunos bares españoles sobre las barras, una hilera de jamones serranos, cuyos extremos inferiores expanden su peculiar aroma y llegan fácilmente a la pituitaria de la clientela ibérica, celtibérica y carpetovetónica acodada en las mismas, estimándose en 5-6% el número de aquellos habituales del establecimiento, incapaces de resistir un estímulo como el dispuesto tan ladinamente, y solicitan gritos "¡eh, tu, más cervezas y nos pones unos tacos!"
Para proteger a los clientes de la grasa destilada por el jamón, obediente al principio de la atracción universal, alguien ideó un artilugio consistente en un como metálico o de plástico, unido a un pincho. La parte ancha del cono queda a poca distancia del extremo libre del jamón y aquel queda sujeto mediante el pincho hundido en la masa del pernil. El uso posterior del destilado solamente es conocido por la encargada de los fritos del bar, y constituye un secreto profesional.
El caso es que, por un cruce mental de imágenes, he recordado esta peculiaridad de nuestros bares, única en el mundo, al leer los dos primeros capítulos del libro titulado "La cuarta trama" escrito por José M.de Pablo, uno de los abogados defensores de las víctimas del atentado de 11-M (Atocha, Madrid, 2004) y recomendado por 20% de los miembros de este blog. El libro rezuma, metafóricamente considerada, y porque así lo ha querido su autor, una mezcla mefítica de irresponsabilidad, corrupción y venalidad en los funcionarios públicos, policías nacionales, guardias civiles (se salva uno), jueces, fiscales, políticos socialistas ávidos de poder y periodistas de afanes redentores, quienes directa o tangencialmente intervinieron en el curso de los acontecimientos posteriores al atentado, para hacer sitio en el tradicional territorio nacional, a una especie de Lesotho euskalerríaco.
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