La historias de espías y de los Servicios Secretos, el MI5 británico, el Deuxième Bureau francés, la Central Intelligence Agency (CIA) norteamericana, la KGB ó NKWD soviéticas, antigua CHEKA y más adelante el Mossad israelí, etc siempre me han llamado la atención, desde que era adolescente, por dos razones. Porque, en primer lugar, me parecía una afición de altura, seria, con contenido, sin menospreciar a las demás, claro está, allá cada cual con sus manías. La segunda razón, quizás más poderosa, consistía en que tales historias eran lo opuesto a la vida cotidiana de una España excesivamente agropecuaria, con las fronteras cerradas a cal y canto, con sus trenes cansinos expeliendo carbonilla, con el empacho de glorias imperiales y con una sobredosis de latín en el horizonte vital de un servidor.
La cosa alcanzó su cota más elevada al iniciarse la confrontación Oriente-Occidente, cuando el Kremlim extendió su mirada, entornando suspicazmente los ojos, hacia la Europa del Oeste. Los Servicios Secretos occidentales no se concedían entonces ni un momento de reposo, y salvo los españoles dedicados a la caza de indocumentados en los trenes, ó a decomisar alimentos intervenidos por la Comisaría de Abastecimientos y Transportes, los demás llenaban el panorama de agentes de campo, espiándose unos a otros, para estudiar después las informaciones allegadas, a cargo de los analistas correspondientes.
En este clima, explicado a grandes rasgos, vienen a cuento tres historias, dos de ellas antiguas, que soliviantaron el ánimo del Jefe de Estado francés, General De Gaulle y le sacaron de quicio, literalmente. Uno de tales asuntos fué la desaparición del principal enemigo de la Corona marroquí, que trabajaba en Suiza como profesor de Matemáticas y se volatilizó en el extrarradio parisino, con la ayuda de una rama secreta de los Servicios Secretos galos. El otro asunto consistió en el hundimiento de un barco de Greenpeace en nueva Zelanda, ocupado en olisquear los ensayos atómicos franceses por Murunoa ó cercanías. El tercero, recientemente perpetrado por el Deuxième Bureau, ó su descendiente directo, y al que quería llegar, ha consistido en la magistral encerrona tendida al sátiro Dominique, ex-director del FMI, en un hotel de Manhatan (3.000 $ noche) y en la que cayó Dominique, llevado por sus desordenados apetitos. Esto es así para nosotros, los aficionados a las historias de espías. Está claro como el agua.
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