Cuando el Rey don Amadeo I de Saboya se marchó del Palacio de Oriente harto, dando un portazo homérico, para volver a su Italia natal, en 1872, hizo al mismo tiempo un diagnóstico sociológico impecable de España: "¡¡Esto es una jaula de grillos!!" gritó don Amadeo fuera de sí. Llevaba apenas un año y medio entre nosotros y había dado en la diana.
Una sensación semejante debía tener cualquier lector de periódicos referida a sus paisanos, durante los años de la Segunda República: todos los días le daban un sobresalto y a veces dos.
Porque entre los españoles unos, los menos, eran de por sí seráficos y pensaban en una República idílica; otros deseaban fervientemente, y cuanto antes mejor, meter en cintura a sus compatriotas, díscolos de suyo, en beneficio de ellos mismos y enmarcarlos en una República adusta con cara de pocos amigos; muchos querían campar por sus respetos sin más y fumarse los puros del señorito; algunos soñaban con la República libertaria, sin saber muy bien qué podía ser aquello aunque sonaba bien; finalmente unos pocos añoraban los tiempos idos y, a ser posible, meterse en la máquina del tiempo convenientemente programada hacia atrás.
El guirigay estaba servido fatalmente.
La labor parlamentaria del Congreso (1) durante el primer bienio, apenas significó una tímida nota de arpa entre el estruendo wagneriano de la orquesta constituido por las sucesivas y continuas huelgas revolucionarias y los disturbios sangrientos ocurridos por doquier, año tras año, con resultados trágicos hartas veces: Castilblanco (Cáceres), Arnedo (Logroño) y Casas Viejas (Cádiz) son tan sólo botones de muestra.
En Asturias, los socialistas en la oposición, hicieron un ensayo general de guerra civil y, en mi opinión debieron quedar bastante satisfechos de su "performance", en especial cuando el "represor" de los mineros asturiamos, el pobre general Ochoa, fué asesinado sirviéndose sus verdugos, en este caso del protocolo visigótico.
El último acto del drama republicano, a estas horas era ya el denominado Frente Popular, fué interpretado el día 13 de Julio de 1936 por una patrulla de guardias de asalto al mando de un capitán de la Guardia Civil que, de madrugada, siguiendo esta vez el rito soviético, dió muerte al jefe de la Oposición parlamentaria, Sr. Calvo Sotelo.
El hipotético lector de periódicos, a estas alturas, de conocer algo de latín, hubiera exclamado siguiendo el ejemplo de Cicerón: "¡Sed quam res publica habemus!"
(1) Allí se discutió, entre otras cosas, una reforma agraria para repartir 6.000.000 Ha entre los campesinos sin tierra, en un País que contaba con unos pocos cientos de tractores y 2.300.000 de arados romanos, cuya tecnología era semejante a la del tiempo de Ciceron. Para repartir 100.000 Ha se tardaron dos años.
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