Universidad de Londres
En un comentario al libro publicado recientemente por Paul Preston con un título que se las trae ("El Holocausto español"), la historiadora e hispanista británica Helen Graham (1959) saca a relucir al inefable ex-Juez Garzón, como "un adalid internacional de los Derechos Humanos".
Sra. Graham, usted asocia en su comentario el "Holocausto" de Preston (es decir, hablando en plata, "los crímenes del franquismo" así definidos por la izquierda) con lo que puede verse, si se quiere, desde Londres, como la valiente cruzada de Garzón, un auténtico justiciero, por dilucidar tales crímenes y castigar a los culpable ó a su memoria..
Querida señora Graham, tratándose de don Baltasar, ándese con mucho cuidado porque, ya ve usted, su defensor internacional de los DD.HH. ordenó a la policía judicial, en su momento, que grabara, sistemática e indiscriminadamente, en la cárcel de Soto del Real (Madrid) las conversaciones mantenidas entre determinados presos preventivos y sus abogados defensores, para incluirlas, si así le convenía, en la instrucción de uno de sus casos.
Este "hacer de su capa un sayo" con los procedimientos judiciales, le costó hace pocos meses a su don Baltasar, Sra. Graham, la expulsión de su puesto en la Audiencia Nacional durante once años, decretada por el Tribunal Supremo, el cual no quiso ensañarse con él, y halló una excusa poco creíble para exculparle en su segundo juicio, acusado de querer encausar a los Generales fallecidos autores del Alzamiento de 1936 y culpables, según Preston de la que este autor llama "violencia extrajudicial", es decir, del "Holocausto" prestoniano.
Tal violencia desató, dice usted, la espontánea del otro bando. Consulte usted con el Sr. Carrillo esta cuestión, antes de que sea tarde. Desengáñese usted, doña Helen, ambas violencias fueron simultáneas. Usted no conoce el paño.
Ayer escribía su héroe, muy molesto, una carta publicada por el diario "El País", dirigida a una autoridad del Ministerio del interior, culpándole de ser el autor de una reducción de su escolta y de su muerte si alguien atentaba contra él., reconociendo al mismo tiempo que, efectivamente, enviaba su único escolta con su maleta (la de don Baltasar) por metro o autobús, en tanto él se dirigía en su coche al lugar de encuentro. Vaya usted a Madrid y estudie "in situ" la lógica de su defensor de los Derechos Humanos a ver si se entiende.
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