Tres cuartas partes de la información facilitada estos días por la prensa escrita, se refiere a los asuntos económicos que nos afligen. Nuestra suerte futura a corto plazo, con Grecia en el horizonte, atrae como tema irresistible, a muchos comentaristas quienes, en realidad, quieren compartir sus aprensiones o miedos con sus lectores porque, repartidos entre todos, parece que alivian así su propia angustia. Y no es para menos. Esa prima de riesgo, por ejemplo, auténtica rompetechos, da pavor.
No obstante un grupo de connacionales pese a todo, sentados en el Congreso con aspecto de aves en corral ajeno, los vascos de la franquicia etarra Amaiur, parecen totalmente inmunes a la estremecedora suerte de la mayoría. Ellos a lo suyo, dedicados al alivio de sus tensiones y problemas particulares del terruño, porque están allí con el único propósito de resolver "sus temas".
Su portavoz el señor Antigüedad no se da cuenta de que su lógica en la defensa de los de la banda, pasado el Ebro por Miranda, se diluye hasta quedar en unos argumentos, tan sólidos como aparentan ser pronunciados en Euskalerría y sobre todo en euskera, en simplezas anodinas.
Parece mentira que el señor Antigüedad sea profesor universitario y no perciba estos matices. Para cualquier español, incluido el Ministro del Interior, Sr. Fernandez, un etarra es tan solo un ser elemental, primitivo, con la cabeza henchida de lugares comunes sabinianos, bien apretados para que no escapen por las circunvoluciones cerebrales y las meninges camino del exterior, capaz de cometer unos cuantos homicidios y después sentirse bien, dispuesto a tomar unos "chiquitos".
Don Iñaki Antigüedad considera, por el contrario, a los etarras como heroicos "gudaris", convertibles en presos políticos, dignos de todo tipo de atenciones de las instituciones nacionales y europeas. Y así no vamos a ninguna parte.
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