En días como los que discurren, bajo la siniestra amenaza de un bombardeo de castigo llevado a cabo por la flota de Su Graciosa Majestad la Reina de Inglaterra, envidio al escritor y poeta vallisoletano Martín Abril, capaz de escribir su columna diaria, a mediados del siglo pasado en "El Norte de Castilla", glosando el descenso de una gota de lluvia por el cristal de la ventana de su despacho, o el viaje de una hoja desprendida de un castaño que, a impulsos de una tenue brisa otoñal, cae trazando unas graciosas oscilaciones, para reunirse en el suelo de cualquier jardín con sus compañeras.
Porque en los tiempos actuales, nadie para mientes en las gotas de agua de lluvia que van cristales abajo o en las hojas desprendidas de las ramas de los árboles.
La gente se remueve inquieta y entiende la necesidad de ajustar cuentas a tanto desaprensivo agazapado en ciertos Consejos de Administración y Entidades públicas, colaboradores necesarios de nuestra ruina nacional.
Así lo ha entendido también el Fiscal General del Estado, señor Torres Dulce, quien acaba de redoblar el tambor judicial para anunciar la depuración de responsabilidades penales derivadas de la desgraciada gestión de las Cajas de Ahorro, con tanto fraude fiscal, tantas falsedades documentales y tantas responsabilidades de tipo político, societario, contable o tributario. En fin, un paquete de medidas muy completo, que desgraciadamente quedará, de acuerdo con la experiencia histórica, en agua de borrajas. Como las iniciativas que iban a ser puestas en marcha con los estudios de aquel vagón de uno de los trenes siniestrados en el atentado del once de marzo de 2004, hallado medio escondido en una vía muerta del extrarradio de Madrid.
Claro que con unas cosas y otras se distrae el personal, que buena falta le hace.
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