Leí por primera vez algo sobre la fractura de la sociedad española entre ellos y nosotos, los hunos y los hotros (Unamuno dixit), los tirios y los troyanos, los blancos y los negros, los carlistas y los liberales, los rojos y los azules, los progres y los fachas, etc en una entrevista hecha hace años al Dr Marañón, quien puso fecha al inicio de la escisión (1808) cuando el Ejército Imperial de Napoleón nos invadió, constituyéndose al mismo tiempo en ocupante y portador de nuevas ideas que chocaban frontalmente con las emanadas, salvo excepciones, de los caletres nacionales.
Desde entonces hemos caminado por la Historia, de ruina en ruina, divididos en mantenedores de las dos alternativas, hasta llegar a las manos en cuatro guerras civiles, al margen de un sinnúmero de enfrentamientos coloniales librados, para no ser menos que nadie, o por el prurito de imitar a las grandes potencias europeas que los habían puesto de moda.
En los últimos tiempos ha tenido lugar un recrudecimiento de las reacciones automáticas de los denominados progresistas, cuando una idea ajena difiere de la propia y quien la mantiene es denostado, sin más argumentos, con el epíteto de facha o fascista.
No suele decirse, pero tan común aberración dialéctica tienen también sus antecedentes históricos en el pecado original de Franco y el franquismo, constituido por su alianza, más o menos sincera y ocasional, con las potencias fascistas de la época, esto es con dos de las tres emanaciones virulentas y destructivas del socialismo del siglo XX, el nacionalsocialismo alemán y el socialismo fascista italiano.
Y aunque han pasado muchos años, los productos de la agitación y de la propaganda del socialismo marxista (el tercero en discordia) han prevalecido desde su acuñación, a causa de la enorme pereza mental de nuestros pensadores políticos de la izquierda, siempre un tanto flojos, y nada originales, la verdad sea dicha.
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