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jueves, 5 de enero de 2012

La importancia de llamarse Alberto



El Dr don Gregorio Marañón, investigador médico y en su época clínico eminente, importador de Alemania  a España de la idea de la Endocrinología clínica, hace casi cien años, entre los gruñidos de las fisiólogos nacionales que veían en don Gregorio un intruso de su coto científico bienamado, volvió de su exilio concluídas las guerras Civil y Mundial, e inmediatamente se incorporó a su cátedra de Endocrinología en el Hospital General de Madrid. 

Don Gregorio tenía el respeto de la gente porque sabía hacerse querer. Siempre le recordaré a primera hora de la mañana, en aquel largo pasillo tan transitado, desde la entrada del Hospital  que conducía a las clínicas, caminando sin compañía , es decir sin la corte habitual obsequiosa  propia de otros próceres médicos, con la cartera repleta sujeta en la mano izquierda, saludando a estudiantes, médicos, enfermos, enfermeras y monjas, que se cruzaban con él o le adelantaban, levantando un poco su sombrero borsalino con la derecha, e inclinando levemente  la cabeza dirigiéndose a quien le había dado los buenos días, sin cansarse, con una cordialidad espontánea, que nunca he visto después  en otros personajes mucho menos importantes que don Gregorio. En realidad, estos personajes, cuanto menor transcendencia  ha  tenido su paso por la Tierra han adoptado una actitud más estirada, distante, de mírame-y-no-me toques, sufriendo por la existencia de tantos seres inferiores en sus inmediaciones.

He recordado a don Gregorio, al leer hace un par de días, con el consiguiente asombro, que el actual Ministro de Justicia, don Alberto Ruiz Gallardón, siendo Alcalde de Madrid con sede en el Antiguo  Palacio de Comunicaciones sito en la Plaza de la Cibeles, escondió con bastante éxito durante estos últimos años, su condición de sátrapa irredento del Lejano Oriente. Porque, en efecto, don Alberto había dado la orden de hacer sonar una sirena, no sé si amenazante y ominosa como aquellas de las ciudades durante la guerra civil o una especie de agrio grito de   alarma como el que suena en el interior de los submarinos de las películas antes de sumergirse. El caso es que la sirena de don Alberto sonaba, a través de los altavoces oportunos, en todos los pasillos de  la Alcaldía, en tanto que nuestro burgermeinster salía de su despacho hacia su coche de alta gama, o entraba en su habitáculo procedente de su vehículo. No deseaba encontrar  a nadie en los pasillos seguramente para evitar la entrega de memoriales de los súbditos, siempre tan pedigüeños.

No sabemos si don Alberto colocará en el Ministerio de Justicia un dispositivo de alarma semejate para despejar pasillos. Por lo pronto tiene ya a los jueces de uñas, porque quiere que los juzgados sigan produciendo literatura procesal durante el mes de agosto sin parar mientes en la canícula. Si esta es la idea de don Alberto sobre la necesaria transformación de la Justicia estamos listos.

     

1 comentario:

  1. Pues a pesar de que el Sr. Gallardón no es santo de mi devoción (con sus "pálpitos nos ha llevado a la ruina) me parece bien que se trabaje en agosto.
    Lo que sí me indigna es ese aviso a navegantes para que no se crucen en su camino. ¡Qué tipo! ¿Ni siquiera deseaba molestarse en dar los buenos días?

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