Hubo un tiempo en el cual los españoles pensábamos de nosotros mismos, ser gente sobria y frugal, poco dada a los excesos. De niño creía que este tópico elogioso nos identificaba a la perfección con los caudillos celtibéricos Indívil y Mandonio enfrentados, sin recursos, en defensa de su patria, con las poderosas potencias cartaginesa primero, y romana después. Había visto, no sé dónde, una escultura de ambos héroes y se conoce que me impresionó su gesto decidido y sacrificado en defensa de tan noble causa.
Algún tiempo después, en posesión de un espíritu crítico más desarrollado, ví en aquel estereotipo una especie de escape que nos permitía hacer de la necesidad, virtud. Pasados los años, entendí que los servicios de propaganda, entonces muy activos, habían dado con un eslógan adecuado para el consumo de la gente común, como contrapeso de la penuria ambiental que nos rodeaba.
A propósito de tal penuria y de la frugalidad española de la época, he conservado en la memoria, con todo detalle, la imagen del almuerzo de un sólo viajero en un compartimento de tercera clase, de un tren que cruzaba la Península a 40 km/h, compartimento ocupado además por otros nueve viajeros, quienes, de reojo, no perdían detalle de los movimientos del afortunado comensal.
El buen hombre había colocado el hatillo correspondiente, sobre sus rodillas, deshecho su nudo y alisada "in situ" la servilleta a cuadros, dejando ver un cuarto de hogaza campesina sobre la tartera ocupada por una soberbia tortilla de patata y chorizo, bajo la cual yacían dos o tres filetes de ternera empanados. Hecha la pregunta ritual ¿ustedes gustan? y oídas las desmayadas gracias por el ofrecimiento de los sometidos al suplicio de Tántalo, ocupados en deglutir su propia saliva pavloniana, iniciaba el condumio, ilustrado de vez en cuando, con un tiento a la bota.
Nuestro paso por el Euro y por un bienestar ficticio que no se corresponde con el esfuerzo realizado para conseguirlo, además de la renuencia a abandonar la práctica de los "puentes", me hacen pensar si no nos veremos abocados otra vez nosotros, los en otros tiempos, tan frugales, a "almorzar" mirando a hurtadillas al feliz mortal de la tortilla.
Gracias papá por el relato realista yu "costumbrista". Por supuesto toca apretarse el cinturón. Muchos besos
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