Tumba de Napoleón
La compulsión visceral del Presidente en funciones, destinada a destruir o desnaturalizar el Monumento a los combatientes en uno y otro frente de la guerra civil, se hace presente con frecuencia, en boca de sus compañeros de nosocomio, con los mensajes más disparatados.El sábado pasado oí a tres periodistas presentes en una tertulia de la cadena de TV que vemos habitualmente, hallarse conformes con la exhumación de los restos del General Franco y su traslado a otra parte, sin pensar en las dificultades administrativas y judiciales del asunto. Parece como si la ideología de esta gente, obturara por completo su capacidad de razonar, pues no les importan los sentimientos heridos de muchos y el rechazo que produce en otros, la obligada convivencia con semejantes asaltantes de mastabas. Porque no quiero ni pensar en los pequeños monstruos que puedan albergar alguna satisfacción si se produjera la iniquidad. .
El caso, que prometo no tratar más en los días venideros para no obsesionarme, hace evidente la sensibilidad de los franceses frente a "su tumba", la de Napoleón el Grande. Aunque la historia de Bonaparte es conocida por todos, me permito resumirla, por si alguno no recuerda ciertos detalles.
Fué nombrado Cónsul en 1802, una vez que los franceses se hartaron de las actividades de la guillotina, tras el Golpe del 18 de Brumario. Poco después se convirtió en Cónsul Vitalicio y a los dos años dió el paso definitivo, transformándose en Emperador, se entiende, todos estos cambios estuvieron avalados por los correspondientes plebiscitos, de carácter puramente cosmético. Su dictadura, se apoyó como todas, en la censura de prensa, el aliento sistemático de la delación y en un aparato policial capaz de oir crecer la yerba, dirigido por el famoso Fouchè, un notorio intrigante de mucho cuidado.
El Emperador puso Europa a sus pies, y la sembró de tumbas de jóvenes franceses desde el Sur de España hasta Moscú. No obstante, una vez fallecido en la isla de Santa Helena, prisionero de los ingleses, sus restos fueron inhumados con gran pompa y circunstancia, en los Inválidos de París, donde permanecen desde entonces, respetados por todos.
Entre nosotros, la manía vesánica de abrir tumbas puesta de manifiesto por Zapatero, hace dudar que esté en sus cabales y permite pensar que vive en una atmósfera tétrica y gótica como la de una película "de miedo" de los años treinta, cuando trabajaba un tal Boris Karloff.
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