La segunda parte, y última, de mi servicio militar (de seis meses de duración) transcurrió, a mediados del siglo pasado, en un cuartel de la ciudad de Valladolid, que constituía el acantonamiento de la Agrupación de Sanidad Militar número siete, perteneciente al Ejército de Castilla, desde la época de la reina Isabel II, antes de la Guerra de secesión americana.
Con cierta frecuencia, la Capitanía General, ordenaba a la Agrupación su presencia, junto a otras unidades de las distintas armas, en determinadas ceremonias religiosas vespertinas celebradas en la Catedral. En tales ocasiones, la cadena de mando de la Agrupación, ponía en marcha de inmediato el mecanismo adecuado para nombrar al oficial encargado de conducir a nuestros aguerridos soldados a la Catedral, nombramiento y honor que, indefectiblemente, recaían sobre mí.
La primera vez que el mando me distinguió con tal nombramiento llevé una columna de quince filas formadas por tres soldados cada una, cruzamos la ciudad sin incidentes, asistimos a la ceremonia catedralicia, y a la vuelta, caída la tarde, rodeados por la bruma procedente del cercano río Pisuerga, llegados frente al cuartel, la cabeza de la dichosa columna se hallaba a tres metros a la derecha de la gran puerta de entrada, marcando el paso ostensiblemente, con la nariz casi pegada a los ladrillos de la fachada.
Hoy creo, sinceramente, haberme equivocado al dar las órdenes, o quizás no las di dando los precisos alaridos reglamentarios, para que la tropa entrara sin dificultad en el cuartel . El caso es que la situación constituyó un auténtico "gag" como los que más adelante utilizó Benny Hill en su "show" televisivo con gran fortuna. Entonces lo interpreté como una falta de iniciativa de los tres primeros soldados , que no quisieron ver la enorme puerta del cuartel en el momento oportuno. Qué graciosillos.
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