Hace cincuenta años el gran público español no conocía el nombre de ningún juez, que entonces se mantenían distantes, con el ceño levemente fruncido en aras de su grave misión y el gesto adusto si, llegado el caso, se hacían alguna foto, siempre en plan corporativo, tras la mesa del Tribunal Supremo o del Constitucional, bien visibles sus condecoraciones y puñetas.
Las cosas cambiaron cuando surgió el concepto de "justicia universal" que atrajo hacia la carrera judicial a personas, siempre de tendencias progresistas, cuyo destino manifiesto hubiera sido, en cualquier otro caso, el teatro, el cine o la política, destinos comunes de todos aquellos que sienten hervir sus inquietos egos en el fondo de sus almas.
Esta expansión de la justicia dio lugar a la aparición de las llamados "jueces estrellas " o "magistrados mediáticos, como el repelente juez Garzón, expulsado de la carrera por sus excesos. A partir de éste, han seguido su senda numerosos compañeros, que se han peleado por la instrucción de un caso o que pretenden "empapelar" al Estado mayor del Ejército de los EE.UU o a dos Presidentes de la Repúiblica Popular China.
El Ministro de Justicia pugna por acabar con estos desmadres carísimos, pero los jueces se resisten porque es de suponer se aburrirían si se vieran obligados a bregar con las dos propuestas estrella del joven profesor de la Universidad Complutense, el furibundo diputado europeo Pablo Iglesias, como las vulgares expropiaciones de las cuentas corrientes bancarias, de las segundas viviendas y la concreción, en un nuevo modelo, de su ensueño de guillotina. Prefieren alimentar su ego.
Esos jueces son ególatras, soberbios, arrogantes y sectarios (de izquierdas, claro).
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