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miércoles, 8 de junio de 2011

Economía helvética. Recuerdos (39)



Mis recuerdos de nuestros viajes veraniegos son un poco caóticos porque carecen de un elemental orden cronológico. El caso es que el mismo año “del soldado perdido en su propio País”, atravesamos Suiza, sin poner un pie en tierra, desde la frontera Sur con Francia, a la del Norte, justo a orillas del lago Constanza, ante el temor de que los Cantones Helvéticos hubieran acordado cobrar a los viajeros extranjeros, una tasa por respirar su aire helvético con la excusa de admirar sus bellas montañas alpinas.

Esta prevención, unida a los prohibitivos precios suizos (según el cambio del momento, un franco suizo equivalía a veinte pesetas) estaba basada en la experiencia.

Algunos años antes, debimos aparcar al atardecer, para pasar una noche, en la cuneta del camino de acceso a un camping totalmente ocupado por campistas permanentes, según aprecié la siguiente mañana, con su jardincito frente a las caravanas y dos o tres enanitos de yeso, artísticamente dispuestos en los dichosos jardincitos. En realidad era un camping de la variedad caravaning, según nos enteramos entonces.

Al fondo se veía con dificultad un campo de césped, casi oculto por las caravanas, en suave pendiente hasta un pequeño lago, probablemente artificial.

Al día siguiente, poco antes de reemprender nuestro viaje de vuelta a casa, pedí la nota al celador ó administrador del camping, sentado en una caseta desde la que dominaban las caravanas y el acceso desde la carretera. El celador ó administrador comenzó a rellenar, con parsimonia, en el impreso correspondiente, una lista interminable de conceptos. Lo hacía metódicamente, con letra muy clara hasta el punto de permitirme leerlos, frente al pupitre del celador, con el papel al revés. En un momento determinado, el hombre alzó la vista y al ver mi cara de preocupación por el resultado final de los cargos, intentó disculparse, explicándome la coyuntura económica suiza y siguó con la nota de nuestros gastos ¡ que incluía el uso del campo de césped, únicamente visto por mí hasta aquel momento, al acceder a la caseta !

Una vez entregados los francos resultantes de la imaginativa suma realizada por aquel señor suizo descendiente al parecer del Gran Capitán, Gonzalo de Córdoba, sentí ganas de gritaros, desde allí mismo: ¡chicos, hollemos sistemáticamente el campo del césped, el gasto ya está hecho!

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