La Corrala. 1940. Eduardo Vicente. Colección de Sagrario Uliarte. Madrid |
Tengo para mí que el escenario más parecido al de la situación política actual española, es un enorme patio de vecindad madrileño es decir una corrala, en la que las vecindonas se increpan desde los extremos de un pasillo, o desde distintos pisos, agitando mucho los brazos, cruzado lindezas más o menos contundentes o gritos más o menos articulados, coreadas por sus respectivas partidarias.
Ahí tenemos a esa mujer Colau, flanqueada por los sindicalistas Toxo de Comisiones Obreras, el de los fiordos, y por el oso gris de los relojes de marca, capo de la UGT, poniendo los puntos sobre la íes, para hacer saber a todo el mundo que seguirá con sus huestes acosando a los políticos en sus domicilios, en tanto no aprueben una ley de desahucios inspirada en las ideas proclamada por su menda Ada , ensoberbecida y engallada además por la compañía. Por su parte, Toxo y Méndez han visto descender el número de sus afiliados de manera constante durante los dos últimos años, y se agarran a las faldas de la catalana solidarizándose con sus agitaciones, sean las que fueren, porque en la guerra contra la derechona vale todo.
Y como contrapunto de semejantes alaridos tenemos las suaves palabras de chocolate derretido, contemporizadoras, pronunciadas por los ministros de Interior y de Justicia, dubitativas, temblorosas, pronunciadas mirando de soslayo a la maltrecha oposición, que parece en todo momento recién salida de una cura de la Casa de Socorro o de una sesión de quimioterapia, tal es su aspecto desanimado. Los ministros, para que nadie dude de su talante democrático, minimizan los dispositivos policiales utilizados hasta ahora y especulan sobre las distancias necesarias para mantener alejadas de los domicilios agredidos, a las turbas de la Colau.
En el extremo noroeste de la Península, el vociferante profesor Beiras se desgañita en el Parlamento gallego, echando en cara al Presidente de la Junta gallega, sus antiguas amistades, convertidas con el tiempo en narcotraficantes. Tan solo le faltó al profesor romperse la cabeza en un choque homérico contra la tribuna de oradores, y poner los trozos desprendidos a los pies del Presidente, en tanto que pronunciaba torciendo mucho la boca sus últimas palabras: "Le odio, Presidente".
Todo son gestos, como si estos políticos del momento se inspirasen no ya en la lectura de la Historia sino en sus ilustraciones nada más, especialmente en las que se hallan representadas cosas como la invasión a caballo de los bárbaros del norte cargando, teas en mano, contra el Imperio Romano.
No estoy a favor de los escraches pero creo que los politicos no están teniendo ninguna sensibilidad con las familias que tienen que salir de sus casas por falta de pago. Esta situación parece sacada de siglos pasados oscuros. Hemos pasado de una super-protección a las personas a una vulnerabilidad social sin límites. No entiendo como un político acosado en su domicilio por los "anti-deshaucios" puede ser capaz de exclamar algo como "Mi casa es sagrada..." y yo me pregunto ¿no es sagrada la de todos? ¿Por qué no busca el congreso del pais una solución a este problema?
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