Hace muchos años, durante la primera mitad de los cuarenta, el Alcalde de Madrid, siguiendo el rumbo de las autoridades de la época decidió disciplinar por su cuenta a los madrileños, los cuales, como muchos españoles, siempre han sido algo individualistas y proclives a actuar por su cuenta.
Así que el señor Alcalde mediante el bando correspondiente, estableció la pena de una multa en metálico, de cobro inmediato, para aquellos viandantes que cruzaran por cualquier lugar las calles provistas de semáforos o por los lugares señalados para ello cuando los semáforos prohibían el paso a los peatones.
Si los guardias del casco blanco colonial, se hallaban de espaldas, ciertos individuos insensatos pasaban de una a otra acera, una vez vistos ambos lados de la calle despejados de los escasos coches circulantes entonces, o a lo sumo se veía en lontananza algún taxi, Renault o Peugot, fabricado antes de la primera guerra mundial, avanzado penosamente con las ballestas vencidas.
Los aspirantes a réprobos detenidos con enérgico pitidos, si eran observados por el guardia correspondiente, pagaban la multa (tres pesetas: el triple de lo que costaba un periódico en la época) o les retiraban la documentación, en tanto que el guardia no admitía ninguna disculpa, como la evidente ausencia de tráfico.
Esto ocurría al ciudadano que osaba desmandarse, hace sesenta y cinco años. Hoy día, las cosas han cambiado tanto, que un notable jurista, el señor Moliner, Presidente del Tribunal Supremo y al mismo tiempo, Presidente del Consejo Superior del Poder Judicial, mantiene teorías muy distintas sobre el trato que debe darse a los ciudadanos. Por ejemplo, de los reunidos ayer en el plaza de Neptuno, convocados para asaltar y ocupar el Congreso de los diputados, deseosos como mínimo, de sentar sus reales en un sillón del hemiciclo, el notable jurista togado les ha clasificado como simples peatones que pretenden ejercer su derecho a la libertad de expresión, verbal y corporal. El señor Moliner no aprobaría nunca la exhibición de la cabeza de un congresista en lo alto de una pica o la comisión de una demasía equivalente. Faltaria más. Porque toda acción ciudadana tiene sus límites, según el paternal Moliner, aunque la ocupación de la calle sin permiso gubernativo para vociferar le parezca una minucia..
La verdad es que cuando estuve en Alemania en los primerso 90 del siglo pasado, me llamaba la atención que los peatones llamaban la atención a los que cruzaban las calles sin atenerse al color del semáforo. Allí las reglas civilizadas las maman en la cuna. Sin embargo en España cada uno cruza la calle -como metáfora de todo lo demás - como quiere o puede.¿Qué pasa en España con la educación cívica?
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