Tenemos aquí a un señor Ministro de Economía, don Luis de Guindos, experto en abstrusos temas macroeconómicos, que presenta una cara de pocos amigos, un ceño permanentemente fruncido como si su entorno humano fuera una banda de sempiternos chapuceros, y un gesto de quien acaba de lanzar un merecido exabrupto demoledor a cualquier periodista impertinente.
No obstante, cuando el sr Ministro se halla en Bruselas para discutir sobre temas macroeconómicos con sus colegas de otros países miembros de la UE, les saluda alegremente, da palmadas a diestro y siniestro, gasta bromas con unos y con otros, se muestra extrovertido como un adolescente ruidoso y ríe con ganas.
Vuelto a Madrid, don Luis cambia el gesto, parece cubrirse con un crespón negro, y con voz cavernosa vaticina desgracias macroeconómicas sin cuento. Hace tres o cuatro días el sr Ministro, movido quizá por la pena que le causamos los contribuyentes y en un momento de arrepentimiento, confesó: "nos ponemos siempre en lo peor para que las sorpresas (de haberlas) sean siempre positivas" Es decir, para que en un futuro inmediato, cuando sigamos aplastados por las cargas impositivas, alabemos a don Luis y le demos fervientes gracias por no estar total y absolutamente laminados, como lo estaban aquellas monedas de cobre que los muchachos madrileños colocaban, hace sesenta años, en las vías de los tranvías para divertirse.