Sede General de los Juzgados. Plaza de Castilla. Madrid
Para la mayor parte de quienes les dice algo el apellido de don Baltasar, es posible que el hombre les resulte indiferente, quizás una cuarta parte le venere y aún le adore, (como hemos visto hace un par de semanas en las manifestaciones de apoyo de sus partidarios, frente al Tribunal Supremo o hace un par de días en el homenaje brindado al ex-Juez en Buenos Aires, por la Presidenta argentina), y el resto le odie o le desprecie.
Puede que la adoración tenga raíces ideológicas, porque don Baltasar siempre ha hecho gala de su condición de juez izquierdista, progresista, y de ser partidario del derecho alternativo, es decir de aplicar la Ley, según y cómo. Don Baltasar pertenecería a la escuela jurídica del Ministro de Justicia Bermejo, adicto en sus ratos de ocio a bailar el cha-cha-chá, y en su trabajo, a manchar de barro del camino la toga, si fuera necesario para llegar a un buen fin.
Es preciso reconocer por otro lado que don Baltasar, desde hace una veintena de años, ha presentado un afán inmoderado de intervenir en los casos de elevado potencial mediático, llegados a la Audiencia Nacional para ser instruídos y juzgados, sin cuidarse del tradicional sistema de reparto entre los jueces de las distintas Salas de la Audiencia. Don Baltasar siempre ha ido a lo suyo.
En cierta ocasión prolongó la instrucción de un caso (sobre supuestas prácticas corruptas en el canal de TV Telecinco) durante nueve largos años, de manera que los inculpados debieron tener siempre a mano el maletín con el cepillo de dientes y un par de mudas, en el curso de aquellos 108 meses para el caso de ser conducidos en una furgoneta celular, directamente desde su domicilio a las frías mazmorras cuando lo requiriera don Baltasar. Algunos inculpados fallecieron en el ínterim, y todos los demás, absolutamente todos, se dice pronto, fueron exculpados tras el juicio correspondiente.
Algún fin de semana, dedicado por don Baltasar a la caza menor o mayor, los inculpados en algún caso debieron pernoctar, siguiendo las órdenes del Juez, en los hediondos calabozos de los Juzgados de la Plaza de Castilla (Madrid) para que, así "macerados", procediera don Baltasar a efectuar los interrogatorios oportunos a una hora cómoda, bien entrada la mañana del lunes.
Don Baltasar retuvo el caso del "Bar Faisán" de Irún (Guipúzcoa) durante tres años, en connivencia con el Ministerio del Interior, por indicación del Ministro, para evitar que fueran encausados ciertos policías que colaboraron con los pistoleros de la banda ETA, precisamente teniendo como escenario de la trapacería aquel bar.
Leer el documento redactado por don Baltasar destinado a excarcelar a un preso de Eta-Batasuna, que había expresado el deseo de cuidar a su madre anciana, domiciliada en Lasarte (Guipúzcoa), es como leer un ejercicio de redacción de un muchacho de quince años, porque resultan patentes los esfuerzos inútiles del Juez para ocultar el motivo del viaje del etarra: tomar parte en las conversaciones mantenidas entre miembros de la banda y portavoces del Ministerio del Interior, que llevarían la paz a los montes y valles del País Vasco entre otras ventajillas para la banda, como el reconocimiento de Bildu y Amaiur, las terminales políticas de ETA.
Don Baltasar tiene en su haber una larga serie de servicios al poder político socialista, como estos dos últimos y entre los cuales el de las fosas fue uno más, si bien le llevó al banquillo. Justo castigo. Mañana definitivamente acabo con don Baltasar, digno representante de la picaresca judicial española.