Legión romana emitiendo cultura occidental |
Un pariente muy próximo a mi familia, llegado de México donde residía, una vez acabada la Segunda Guerra Mundial, me explicaba con muchos detalles las aventuras de Hernán Cortés por tierras mexicanas. Sus relatos tenían los aires de reportajes periodísticos de un testigo presencial describiendo los excesos de las cabalgadas del huno Atila, perpetrados quince días antes.
Por mi parte, con escasas lecturas (Ch Lummis, Bernal Díaz del Castillo) y la información facilitada por los profesores del Instituto, entre benévola y épica, pensaba que el paso de los españoles por el Nuevo Mundo, había sido comparable a las marchas de las legiones romanas por Europa, poco menos que benéficas y seráficas, "expeliendo civilización occidental a diestro y siniestro".
Si acaso, en la cuestión americana se habían producido algunas sombras originadas por la actitud intemperante del padre Las Casas (oportunamente amortiguada por la Leyes de Indias declarando a los aborígenes poseedores de alma inmortal y, por tanto, no esclavizables) y por la engañosa y falaz propaganda antiespañola de ingleses y holandeses, corroídos por los celos. Y no me digan que no los tuvieron, porque los tuvieron.
Tras el fin de los fastos virreinales, agotado el modelo que los desarrolló, y los chispazos de mutua simpatía como, entre otros muchos, el éxito de Mario Moreno, Cantinflas y sus películas en la España de los años cuarenta, y el de Sarita Montiel y sus mohines en México, durante los años cincuenta, resulta patente que el recuerdo de los conquistadores españoles, con sus caballotes y sus armaduras oxidadas, ha persistido indeleble en la América hispana, durante los últimos doscientos años. Así lo muestran, por no hablar de Internet, las consecuencias diplomáticas de la reciente y accidentada repatriación aérea desde Rusia, del presidente don Evo. Una pena.
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