Cuando se inauguró la linea del ferrocarril Madrid-Alicante, hace algo más de siglo y medio, las banderas nacionales que adornaban la estación alicantina eran incontables. Ayer, con motivo de la llegada del primer tren de alta velocidad (AVE) a la misma estación, las banderas eran igualmente incontables: no había ni una en toda la estación alacantí.
Ningún alicantino quiso perderse, a mediados del siglo XIX, la llegada del tren de vapor que conducía a la Reina doña Isabel II y a su séquito, y tanto en la estación como en los campos que la rodeaban entonces, se apiñaba una multitud expectante, bulliciosa y alegre. A su vez, el primer tren AVE llegó ayer a la antigua Akra Leuka en silencio, y fue recibido silenciosamente, porque la muchedumbre de curiosos se hallaba alejada de la estación y de las calles adyacentes mediante el correspondiente dispositivo policial.
Esta muchedumbre segregó entonces a un puñado de profesionales de la provocación, quienes dieron rienda suelta al ejercicio de su libertad de expresión, según la califican algunos conocidos magistrados que se consideran progresistas, silbando, insultando y rugiendo, haciendo estallar cohetes, mientras agitaban sus banderas tricolores de la Segunda República, y pedían cada uno lo suyo, los que se expresaban más o menos coherentemente, desde la devolución del dinero de las acciones bancarias preferentes, hasta la terminación del corredor mediterráneo.
La reina Isabel debió pasar dieciséis horas en su vagón real hasta ser saludada por sus súbditos alicantinos, en tanto que su tataranieto el Príncipe Felipe, tardó desde Madrid algo más de dos horas en apreciar el poco afecto que le tienen algunos sindicalistas liberados de la Esquerra valenciana. No obstante, en alguna parte tiene que estar el progreso, aunque a simple vista no se aprecie.
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