Un asunto poco estudiado por nuestros politicólogos es la participación de las eternas bajas pasiones, más o menos shakesperianas, en el ejercicio de la cosa pública.
Así lo demuestra el conocido caso, discutido estos días, del Ayuntamiento de Ponferrada (León), arrebatado al Partido Popular, en fría venganza originada a causa de los desdenes de una esquiva edil, que sufrió el entonces alcalde, ambos del PP.
Este mismo alcalde, condenado por la Justicia como acosador de la edil, sintiéndose abandonado por su propio partido, creó otro nuevo, tipo bisagra, y mediante un voto de censura, entregó el poder municipal a los socialistas.
Culminada su venganza, el ex-alcalde abandonó la política y dejó a los socialistas aferrados a sus poltronas municipales, a la espera de que las vacías arcas municipales se llenen algún tanto. Y en el ínterin se han dado de baja de su partido, aparcando sus afanes de "transformar a la sociedad", ante la perplejidad de los ciudadanos ponferradinos por tamaña inconsistencia de su clase política.
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