Cierto candidato socialista a la Presidencia del Gobierno de España, de cuyo nombre no quiero acordarme, entendió en un momento determinado de su vida, que bien podía ser él un conductor nato de masas, y al grito de "BIBE LA FRANS" pretendió llevarnos, en columnas interminables, allende la frontera pirenaica, al "corazón de Europa", según dijo, sin precisar donde se ubicaba tal víscera.
Pasados los años de una legislatura y la mitad de la siguiente, aquel candidato a la sazón Presidente, había perdido por completo la orientación, internándose con el resto del País en la crisis económica y financiera más profunda desde la de 1929, intentando sin embargo, tomar parte, por derecho propio en las reuniones anuales de los países que formaban parte del G-8.
Para hacerle despertar de aquel cuadro avanzado de severa ensoñación, debió recibir en una sola noche (20 de mayo de 2010) las llamadas preocupadas de los líderes mundiales Merkel, Obama y del entonces Presidente de la República Popular de China, instándole a que rectificara el desastre hacendístico del País, el peor desde el siglo XVII, que amenazaba el equilibrio económico mundial.
Aquella noche nuestro receptor de la llamadas no pegó un ojo, y de madrugada adoptó, como única providencia, someter a España a un coma inducido, congelando las pensiones y los sueldos de los funcionarios, al tiempo que se despedía del respetable y huía de sus responsabilidades.
Fue entonces cuando comenzó a multiplicarse entre nosotros el número de los euroescépticos, que hoy asciende a más de la mitad del electorado, gracias también a las medidas draconianas dictadas por la inmisericorde Bruselas, sede del Gobierno de la UE.
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