En la historia reciente del mundo musulmán se observan tres hechos clave que, en mi opinión, han marcado su impronta en el curso de los acontecimientos de los últimos cincuenta o sesenta años.
El primer hecho, ocurrió al término de la Segunda Guerra Mundial, cuando EE.UU. propició la independencia de países africanos y asiáticos, entre ellos muchos islámicos, antiguas colonias europeas, sacándoles abruptamente de la somnoliencia en que se hallaban sumidos durante los dos siglos anteriores y dotándoles de su orgullo perdido.
El segundo hecho consistió en la creación, sirviéndose de los territorios de la milenaria Palestina, y también con el apoyo decidido norteamericano, del estado de Israel. La presencia de éste, generó un sentimiento unánime de rechazo en los países árabes, que se sintieron agraviados por el mundo occidental, y se dispusieron a luchar incansablemente para alcanzar su objetivo: acabar con la nación judía.
El tercer hecho fué el descubrimiento de grandes yacimientos petrolíferos, en Arabia Saudí, Kuwait, Emiratos Arabes y Omán, países que se enriquecieron de la noche a la mañana, sin necesidad de emprender trabajo alguno para alcanzar tal opulencia.
Si en los países musulmanes, tal como sucede hoy, se cultivan en la niñez y en la juventud los resentimientos históricos y se exige del resto del Mundo, el pago de supuestas cuentas pendientes, devengadas desde las Cruzadas hasta las últimas sevicias coloniales, añadiéndose a ello los ingredientes deducidos de los hechos apuntados: orgullo, agravios y dinero y a la mezcla se agrega el toque de violencia destilada por el Corán, el resultado no puede ser otro que la “yihad”, es decir, el terrorismo musulmán aceptado plenamente, o con reservas hipócritas, por la totalidad de la población musulmana mundial, incluídos los cincuenta millones de musulmanes que viven en Europa.
Y este terrorismo se manifiesta, como sabemos, con toda la brutalidad de que son capaces los seres humanos, o adopta perfiles burlescos como la payasada de Córdoba.
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