Batalla de Gettysburg. Guerra civil norteamericana |
Tener ocasión de ver a un caballero sesentón asido de las manos de otros de la misma edad, formando una cadena humana de la que toman parte también niños, adolescentes, y señoras de buenas familias tradicionales, algo fondonas y de intachable conducta, no es cosa de todos los días.
Y menos aún si los eslabones de la cadena inician con una dinámica algo torpe, la marcha en perpendicular hacia la otra cuneta de la carretera, entre risas, sofocos y alguna tos más o menos espasmódica, volviendo a continuación a la situación inicial, dando pasos hacia atrás más precavidos, si bien con la misma desinhibición que en la ida.
Todos los asistentes a este jolgorio folklórico-político de "la diada" catalana de la secesión, parecían convencidos el día 11, de apoyar eficazmente, mediante sus saltos, los caballeros y sus mohínes, las damas, a su presidente autonómico que pretende convertirles en súbditos de una nueva potencia europea respetada, en principio por Lituania, y temida por el resto de España.
Por mi parte siempre había tenido la idea de que una secesión, salvo contadas excepciones, se consigue entre nubes con olor a pólvora, acompañadas por los roncos sonidos guturales de los combatientes empeñados en la lucha.