Alto horno de Vizcaya abandonado |
Protestas obreras de tintes dramáticos fueron, en su día, las originadas por la reconversión industrial de las siderurgias de Sagunto (Valencia) y del Norte de España, realizadas diez o doce años después de las francesas y belgas, y también las provocadas por la reconversión de las industrias navales de Sestao (Vizcaya) y de El Ferrol (La Coruña). Al menos eso se desprendía de las informaciones periodísticas y televisivas del momento.
En El Ferrrol, el coche que conducía al Vicepresidente del Gobierno, quien hoy, treinta años después, sueña con encaramarse a la más alta magistratura del País, una vez derrotado el Gobierno por la crisis económica, fue violentamente zarandeado a manos de la irritada muchedumbre obrera de los astilleros.
Mientras Su Señoría don Alfonso Guerra, golpeaba alternativamente con su cabeza y hombros, los laterales interiores del vehículo, gritaba perdida la presencia de ánimo: ¡vuestros hijos entenderán y agradecerán lo que estamos haciendo por vosotros!. Porque en aquel momento, no se le ocurrió otra frase de más entidad histórica para pasar a los anales de Clío.
La represión de estos desmanes fue muy moderada, los obreros cobraron sus indemnizaciones y se calmaron las tensiones. La industria metalúrgica resultó ventajosamente transformada en siderurgias integrales y ningún otro vicepresidente volvió a ser agitado dentro de su coche, de mala manera.
Otra cosa es la protesta genérica agraria contra el capitalismo burgués liderada, durante el pasado mes de Agosto y no sabemos si se prolongará el próximo Setiembre, por el señor Gordillo, alcalde de Marinaleda (Sevilla) y diputado en las Cortes autonómicas andaluzas, que se quita el sombrero cuando se acerca algún periodista para hacerle una foto, y acto seguido inicia puño en alto, con sus acompañantes, el vibrante cántico "A las barricadas" o la "Internacional". Esta demostración sindical es más bien clasificable entre zarzuelera y folklórica.
Sospecho que tras cada día de marcha, los protestantes han sido llevados a sus casas en autobús para descansar durante un par de días y seguir relajados con el jolgorio reivindicativo. Las caminatas de Gordillo no tienen aire épico porque los hombres exhiben casi todos tripa cervecera y la mayor parte de las mujeres protegen su cutis con sombrillas, hidratándose con frecuencia mediante botellas de agua mineral sin gas, detalles ambos poco heroicos, que les delatan. Todos parecen pasarlo muy bien, porque son conscientes de las zozobras que crean entre los directores de la entidades bancarias y de los supermercados de las poblaciones que encontrarán a su paso y porque tienen conciencia de la lenidad de las autoridades nacionales, poco dadas a verse envueltas en complicaciones.
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