Los gusanitos ondulantes presentes en una loncha recién cortada de queso de Cabrales (Principado de Asturias, España), según oí decir, siendo muy niño, que sostenía mi abuelo materno hace más de cien años, constituían formas vivientes propias del queso, por surgir de la misma sustancia mantecosa, único espacio vital conocido por los inocentes animalillos.
Por tanto, al ser extendido el queso sobre el pan, formaba una sola entidad con todos los organismos que previamente lo habitaban, afirmaba mi abuelo, y el resultado era un pan con queso, más gustoso, puestos a compararlo, por ejemplo, con el "pa amb tomaca" catalán, que no pasa de ser la mitad de un triste "sandwich" vegetal, digan lo que digan sus aficionados y defensores.
No había vuelto a recordar las teorías dietéticas de mi abuelo a propósito de uno de los más afamados de nuestros quesos, cuando nos enteramos ayer, por los periodistas, que la Canciller alemana doña Angela Merkel en su visita de negocios a España, para conversar sobre la mutua problemática económica con don Mariano Rajoy, sería obsequiada , una vez concluída la entrevista, con un almuerzo en cuyo menú figuraba un "solomillo al queso de cabrales".
No quiero ni pensar que hayan podido llegar a oidos de la Canciller o de alguna persona de su séquito, las viejas consejas sobre la fabricación artesanal del queso de Cabrales, superada hoy con creces por las técnicas más avanzadas y depuradas de la industria quesera.
Con la aversión y desconfianza mostrada hacia nuestro condimento nacional por excelencia, el ajo, por su Graciosa Majestad, doña Isabel II de Inglaterra con ocasión de su última visita, y las alteraciones que su ingesta hubiera podido originar en su real organismo, tenemos más que suficiente.
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