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martes, 10 de marzo de 2009

Memoria histórica



En cierta ocasión asistí a una tertulia en un café de Montoro, Córdoba. Dos tercios de los contertulios hablaban a la vez, las copas tintineaban, las cucharillas giraban en las tazas de café y una nube de humo de tabaco iba espesándose por momentos en el techo de la sala. De repente uno de los tertulianos lanzó la típica exclamación española multiuso, que en este caso expresaba una agradable sorpresa. Aquel señor mostraba a los asistentes, entre los dedos pulgar e índice de su mano izquierda, una pequeña moneda verdosa con incrustaciones blanquecinas, que había extraído de uno de los bolsillos de su chaqueta y que, al parecer, había llevado olvidada en esta prenda durante los últimos meses. Entonces el hombre, ex-alcalde de la villa narró, algo excitado, la historia de la moneda. Unos obreros del Ayuntamiento, habían encontrado, siendo él Alcalde del Municipio, una especie de ensaladera llena de monedas, como la mostrada. El recipiente en cuestión quedó aquella tarde a buen recaudo en el despacho del primer edil, a la espera de los técnicos del Museo Arqueológico de la Capital, advertidos del hallazgo. Pero antes de cerrar la puerta del despacho, el narrador no pudo resistir la tentación y se llevó a casa un puñado de monedas, sustraídas del tesoro. Una vez en su domicilio, discutió con su mujer la conveniencia de limpiar los dineros, dado su deplorable estado y dejarlos “a remojo” en agua fuerte o regia, durante la noche. Al día siguiente apenas quedaban unos miserables restos metálicos, víctimas de la voracidad del ácido nítrico o sulfúrico utilizado. Por fortuna, de aquel desgraciado suceso, quedaba al ex-Alcalde, como “suvenir”, la pequeña moneda que mostraba sonriente a los contertulios. He recordado la historia de las monedas disueltas, al leer esta mañana en “Diario Digital”, una noticia referida a otro Alcalde andaluz, el de Gerena, Sevilla, quien, además es Director y propietario de una empresa constructora. En el curso de los trabajos de excavación para edificar unas viviendas unifamiliares, los obreros del Alcalde descubrieron un yacimiento arqueológico (un cementerio romano y otro musulmán). Visto lo expuesto a la luz, tras haber estado unos cuantos siglos oculto, el Alcalde dió la órdenes oportunas para extraer de las tumbas todos los objetos accesibles y trasladarlos a su domicilio. A continuación, ordenó que una espesa capa de cemento cubriera la inoportuna arqueología, y procedió a la edificación de los adosados. El Alcade de Montoro, al que es preciso perdonar su mentecatez, era un ignorante de tomo y lomo. Pero ¿lo es también el de Gerena? En absoluto. Este sujeto además de lo apuntado, Alcalde y constructor ¡es un catedrático de Filología Clásica!

De nada, Luis.

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