Cualquiera
que hubiese visto por primera vez en la pantalla del televisor a un don
Alfredo, tan modosito, diciendo que constituye una grandísima infamia,
rotundamente falsa, la acusación vertida contra él por el PP, de ser culpable
de haber intervenido mil quinientos teléfonos portátiles pertenecientes a
políticos de la oposición, se colocaría, de todo corazón, al lado del ofendido
Ministro de noble rostro, de tan acrisolada trayectoria, y de tantísima
honestidad demostrada a lo largo de su dilatada vida política. Porque,
efectivamente, no hay más que verle para comprender, para intuir, la sinceridad
reflejada por su mirada. Además aquello de la jornada de reflexión de 2004, fue
un pronto, una tontería que nadie recuerda. Y las acusaciones en ¡ejem!
democracia deben hacerse con pruebas ¿eh, doña Esperanza? ¿dónde están las
pruebas? ¿eh, eh?
Y
la oposición, que está con el lío de Gurtel, obra maestra de Freddy,
arrodillada en medio del cuadrilátero, sangrando por la nariz, con una ceja
partida y un ojo amoratado, debe desdecirse. Porque en efecto, carece de
pruebas. Ni la oposición, ni doña Esperanza han sorprendido a don Alfredo
mirando por el ojo de la cerradura. Así que donde dije digo, digo diego. Y
Alfred, aunque ya reseco por tantísima travesura ejecutada a lo largo de muchos
trienios, se frota las manos, mira de soslayo con los párpados caídos y piensa
“¡si serán pardillos estos tíos!”. Porque, en efecto, con el SITEL ese de
marras les ha dado más que a una estera.
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