En un restaurante de la provincia de Jaén, se reunieron cierto día, para cenar, cuatro personas. Dos de ellas habían estado tomando parte de una montería aquella misma jornada. A saber, el Ministro de Justicia, adicto a los bailes afrocubanos, y un Juez de la Audiencia nacional, aficionado al folklore andaluz, variedad sevillanas, que las borda. Los otros dos personajes convocados por los anteriores, procedentes de Madrid, eran una fiscal de la obediencia del Ministro y un mando policial malencarado, al servicio exclusivo del Juez. Los dos primeros barajaron los matices tácticos que era preciso imprimir desde ese momento al “caso correa” en tanto que los otros dos exponían su opinión cuando les era requerida. Concluida la cena los convocados volvieron a Madrid.
Todo iba bien en la conspiración, cuando un imponderable hizo que se tambaleara la estructura del asunto, tan cuidadosamente preparada: la vanidad de los sujetos importantes. Se habían fotografiado por la mañana junto a los animales sacrificados en la cacería, y las fotos en poder de la prensa puso de los nervios a las sociedades amigas de los animales, incluida la mosca fallecida a manos del Presidente Obama. Es decir, causó la alarma de una de las piezas del entramado electorero tejido con tanto cuidado por Don José Luis y como este entramado es intocable, don José Luis retiró su confianza al Ministro, como quien se quita un pelito de la solapa y lo deja caer al suelo. Al socaire de este tropiezo los “mani puliti” españoles, pretendieron ponerle una rodilla en el cuello al Sr Juez, pero debieron comprobar, a su costa, la trabazón inamovible que forma el Juez con sus compañeros.
El Juez debió inhibirse del caso, una vez aparecidos aforados en el mismo, y tras varios meses de filtraciones calculadas y de una lapidación permanente de los imputados por parte de “El País”, una parte del sumario debió pasar al Tribunal Superior de Justicia del País Valenciano.
Las líneas estratégicas del caso, trazadas por Don José Luis, se resumían en “hundir como sea” a las dos Comunidades rebeldonas, Madrid y Valencia. La primera reaccionó con violencia: puso en la calle a cuatro o cinco corruptos y aquí paz y después gloria, y la segunda siguió su vía dolorosa particular hasta que el citado Tribunal valenciano, ha sobreseído el caso condenando al pago de las costas al PSOE regional, que se había personado en la causa como acusación privada, convirtiéndole así en el malo de la película.
El PSOE ha mostrado en esta tesitura la vena delicuencial que le ha caracterizado siempre, constitutiva de su esencia primigenia, desde los tiempos de D. Pablo, lanzando al espacio radioeléctrico venablos, sapos y culebras contra la sentencia y contra los Jueces, preguntándose como no teníamos “controlado eso a estas alturas”.
La Sra. de la Vega, como las malas de las películas, con el rímmel corrido, la cara desencajada y las manos crispadas sobre sus sedas, ha dado un alarido selvático, pidiendo, reclamando, exigiendo que la Fiscalía del Estado ¡mi Fiscalía! tome cartas en el asunto y condene a los réprobos para que sean humillados ante el Poder y la Gloria del Líder Planetario, ¡de nuestro José Luis! ¡Todos de rodillas ante él! Y la Sra. de la Vega hace restallar el látigo en tanto que sale de su garganta una serie de carcajadas tipo diabólico y su figura se difumina en el horizonte rojo atardecer.
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