Hojeaba esta mañana un periódico en busca de inspiración para mi comentario diario y pasaba una página tras otra, todas provistas de los horrores habituales. La marea anegaba incluso la Sección de Cultura. Porque, en efecto, esta Sección recogía una noticia sobre el pintor mallorquín Barceló, uno de mis frikis favoritos, quien con su aire aparentemente tímido, recogido sobre sí mismo y un tanto pardillo, anunciaba una nueva exposición de sus pinturas. Si bien, en puridad, no se trata propiamente de sus pinturas. A ver si me explico.
El artista pretende exhibir los cartones que colocó en el suelo para evitar ensuciarlo con los goterones que caían al lanzar pintura a presión, por encargo de nuestro Ministerio de AA. EE., hacia la cúpula de una de las salas perteneciente al edificio de la antigua Sociedad de las Naciones de Ginebra.
Cuando el Sr Barceló consideró saturada de pintura la citada cúpula, fué inaugurada la sala, y a su entrada se colocó la correspondiente placa inmortalizadora con los nombres del artista, del Sr Moratinos, su mecenas y del inevitable Sr Zapatero, de quien hoy creía haberme librado. Convocados al evento la prensa y los fotógrafos, éstos volvieron a inmortalizar a los próceres asistentes.
Tanto la cantidad de los doblones con que se pagó la obra del Sr Barceló, y el origen contable de los mismos, así como una cierta pulsión de las estalactitas del techo pintado a convertirse en estalagmitas, causaron cierta polémica en los medios, que seguramente volverá a ser de actualidad con el asunto de los cartones expuesto hoy a la luz. Nadie está seguro de que en los citados cartones no figure alguna huella plantar del artista. Todo es posible.
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